miércoles, 24 de enero de 2018

Tras un siglo de freudalismo



Tras un siglo de gravitación del pensamiento de Sigmund Freud sobre nuestra sociedad, comprendemos que el Complejo de Edipo es el origen de todos los problemas de la Humanidad.
Pero a esta altura, bien ha dicho la psicoanalista Mariela Mangiaterra que nada le parecía más entrañable y lejano que aquella época en que un hombre podía desarmarse de turbación cuando se le decía “ocurre, señor, que usted está enamorado de su madre”.
He aprendido que el amor por mi madre me ha enredado en muchos aspectos de mi vida, especialmente en el de construir una vida en pareja. Podía engañar a mi madre un tiempo, especialmente porque sabía que ella festejaba que yo fuera muy machito y tuviera éxito con algunas chicas, pero de ningún modo traicionaría su amor. No cruzaría la línea de la lealtad. Mis parejas nunca duraron. No habría de traicionar a mi madre con ninguna chiruza.
Por otro lado, A mis casi 60 años llego a la conclusión de que lo único que me interesa de la relación con otras personas es hacer contacto con su lado salvaje. Todo lo demás me parece frusilería, pérdida de tiempo, vicio, muerte en vida. Y entonces recuerdo las noches en que llegaba mi madre de operar en el hospital, a la medianoche, o a la hora de la cena. Estaba radiante. No parecía ella. Tenía en los ojos una dicha de ángel despiadado, y se ponía a contar todo, la cirugía con lujo de detalles, qué habían dicho los médicos, los asistentes, y también la historia de la persona, quiénes la acompañaban. Cada relato era como el repaso de una vida, una novela, algo increíblemente vívido, jugados como estaban sobre la mesa la muerte, la salvación, la vida, el sufrimiento, la dicha.
Recuerdo aquello y lloro de amor por mi madre. Si estuviera viva, correría en este mismo momento a pedirle que vuelva a contarme del hombre que recibió más de 40 puñaladas peleando con uno de sus hijos en brazos, del desastre de guerra para el que no alcanzaban los quirófanos cuando un colectivo chocó con un camión en la ruta, de la mujer que era tan gorda que necesitaron quitarle 35 kilos de grasa para poder operarla, del marinero filipino a quien, para intervenirle el corazón, tuvieron que partirle al medio un tigre tatuado tan hermoso que el jefe de cirugía le hizo sacar una foto y la colgó en su casa como un cuadro.
No recuerdo bien las historias, las contaba cuando yo era muy chico, pero la luz que irradiaba no era de este mundo, y no sé si era porque por el dichoso Complejo de Edipo que yo estaba tan enamorado, o si era una loca genial que permitiendo que el Demonio Divino entrara en ella me enseñó el camino que más me gusta, el de la intensidad.






1 comentario:

  1. Gustavo, que maravilloso ser recordada así, con esa luminosa agresividad, con esa admiración a la belleza brutal del desprecio a las nimiedades.

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