sábado, 29 de julio de 2017

En el corazón del Pueblo

No son tan pocas las personas que llegan a los 100 años.
En estos días fue el cumpleaños de Evita, que aún no habría cumplido los 100. Bien podría seguir entre nosotros.
De todos modos, no está, así como está, menos viva.
Quizás el mayor teórico del peronismo le confesó a un amigo que a él no le daba el pinet para ser peronista. Nadie dudaba que lo era; si cualquiera se dice peronista, es admitido inmediatamente sin problemas por peronistas y antiperonistas, pero él decía que ser peronista era tener una fe y vivir a Perón y Evita de un modo directo. El decía: "yo soy peronistista".
Hace pocos años le hice escuchar a una tía la voz de Evita en un vídeo de YouTube. Ella no la había escuchado desde que Evita estaba viva. Se puso a llorar con un desamparo que me obligó a abrazarla. Pensé en cuánta gente se ha abrazado por Eva, cuántos cuerpos y cuántas lágrimas se mezclaron por su nombre.
Esta es la estatua que está en la plaza presidente Juan Domingo Perón. Perón está en lo alto. Muy alto. Me hace pensar que no siento en el panorama actual el gen de los políticos de la gran dimensión, gente que se ponga por arriba de las circunstancias, mire allá lejos y desenrede las miserias del presente poniendo proa a un sueño verdaderamente grande.
Me gusta ver en la estatua de Perón a este hombre que se esfuerza en la base. Sin el idealismo, la rebeldía y la explosividad de los jóvenes, el mundo no marcharía. Sin embargo, creo que esto se ha vuelto cliché. El hombre en esta estatua no es un chico. El artista eligió que fuera un tipo con edad suficiente para tener las convicciones asentadas, y luchar por la fuerza de esas convicciones, antes que por tener fuerza demás.
En fin, algunos nos seguimos juntando, peronistas y peronististas, sobrinos de tías a las que aún les arde Eva, seguimos celebrando el rito del asado, evocando aquellos nombres, propiciando con la fe, el regreso de algo grande.









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