sábado, 8 de julio de 2017

El mal de Lanvers



Oliver Sacks fue un genio. Llevó la medicina a un plano altamente humanitario. Le devolvió, le dio, humanidad a algo que se ha tornado de un tono espantosamente frío.  Lo hizo escribiendo casos. Hay en el humanista un fuerte mandato ético, que ordena entre otras cosas, la verdad. Humanista al fin, Sacks, nunca mintió llamándose escritor. Escribió para compartir casos. Lo que es mucho más que lo que han hecho la mayoría de los escritores, especialmente porque Sacks escribió en medio de sus lectores, pero sus textos no tuvieron otra literatura que la necesaria para resultar amables y atrapantes. ¡Como si eso fuera poco! Fue enorme, como lo demuestra la influencia general de su obra. Pero no fue arte. Ni lo pretendió ni le salió sin querer. Sus textos no rompen con la realidad. No han sido escritos con la libertad de que resultara cualquier cosa. Algo parecido le pasa a algunos críticos literarios cuando escriben ficción. Carlos Gamerro y David Viñas han alcanzado con su crítica una dimensión enorme, que los ha ubicado en la vanguardia intelectual, pero sus ficciones no consiguen levantar vuelo porque parecen no poder dejar de observar lo que escriben, mientras escriben, con su ojo de crítico. Sacks escribió iluminado por el mandato de ser demoledor de una medicina inhumana, de ser constructivo, esperanzador, "inspiring", sembrar bondad, apelar al lado bueno de la gente. Cuando se escribe ajustado a un fin, lo que puede lograrse es ese fin (escribir correctamente, dar un mensaje, alentar), pero muy difícilmente se logre abrir esa brecha en la realidad por la que entra algo diferente. Bien, Hernán Lanvers lo ha conseguido.
Lanvers, como Sacks, es médico. Dudamos de que sea muy humanitario y ciertamente no se ha jactado de ser un crítico literario. Debe haber leído "El hombre que confundió a su mujer con un sombrero", pero no lo cita directamente en su nota de hoy en Mundos Íntimos, una excepcional sección del diario Clarín. En el texto de Mundos Íntimos y en el de Sacks, la enfermedad es sacada del contexto de la medicina moderna y llevada a un lugar más profundo, al plano de la condición humana. Lanvers despliega la sintomatología de un trastorno neurológico y se lo pone encima, y empieza a contar una cantidad de anécdotas causadas por su enfermedad infinitamente cotidianas y más divertidas de lo que se puede decir de algo relacionado con una enfermedad. Llega un momento en que se duda de que le hayan pasado esas cosas, por mucho que mencione a un tal Freddy Marengo, una Silvana Melitón y a la confitería Tikal de San Nicolás. Luego se empieza a dudar que Lanvers realmente padezca esa enfermedad, e inclusive de que la enfermedad exista. Y entonces uno contiene la necesidad de ir a buscarla en Google porque prefiere no saber. Prefiere quedarse con lo que está leyendo. Es mejor no saber si es verdad o mentira. Qué importa. Lo que importa es que estamos viviendo algo. Eso es lo que aporta el arte a nuestras vidas.


La nota en CLARÍN.

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