miércoles, 12 de julio de 2017

Cerca


Estos días tuve un problema de salud.
Nada que no hubiera podido encarar solo. Llamo al servicio de emergencias, mientras espero cierro la llave de gas, cierro bien la ventana para que no entre agua si llueve mucho, hago el bolso con lo que necesito en caso de que me internen, me dan una inyección para bloquearme el dolor, me llevan a una clínica, allí me atienden. 
¿Cuál es el misterio?
Sin embargo, me caigo y algo flaquea en mi interior. 
Si me desvanezco de nuevo los de emergencias tocarán el timbre, volverán a tocar y al fin se irán. Todas las personas de mi entorno saben que hoy me iba de viaje, supondrán que viajé. 
Flaqueo y llamo a mi prima, “nada más te aviso. Si a la tarde no vuelvo a llamarte…”
“Voy para ahí”, me dice.
Viene y me acompaña a la clínica y está conmigo.
No era necesario.
Mi cuerpo habría vivido el mismo proceso sin ella.
O sin los amigos que vinieron a visitarme los días siguientes.
Pero no. 
Mi cuerpo no habría vivido el mismo proceso.
No voy a ponerme a desplegar una sintomatología comparada “solo” por un lado y “con amigos”, por otro, pero escribo estas líneas movido por el asombro que me causa el efecto de que alguien se acerque, físicamente, de que alguien lleve su cuerpo hasta cerca del tuyo cuando algo te vulnera.
Esto remite a todo: a la importancia de la institución enfermera o enfermero, a tomar de la mano a alguien, al hablarle a quien está en coma, a la desolación infernal de un bebé en una incubadora día y noche. 
También remite a la militancia. La lucha revolucionaria: los militantes tienen sus cuerpos cerca. Comparten la comida, se miran, se hablan, duermen en el mismo espacio. La tensión es fuerte, la fiesta es explosiva, el sexo es vívido entre los militantes.
Aparece este tema, en esta época en que la comunicación se ha desarrollado hasta tomarlo casi todo, hasta un estado en que lo imposible es no estar comunicado, en que la comunicación es compulsiva, pero a través de aparatos.
Está muy bien planteado en la película Her, de Spike Jonze.
Poner los cuerpos en proximidad comienza a ser un refugio.
El último bastión de la resistencia.







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