jueves, 1 de septiembre de 2016

Unos días en Beijing





1.    Bambini

Volaron conmigo, de Estambul a Beijing, un joven matrimonio de italianos con sus niños. Primero me asombran lo parecidos que son el papá y la mamá. El mismo pelo, la misma calidad de piel, la misma contextura física, la misma mirada. Aunque la de ella, un poco más cansada. Luego no puedo creer la cantidad de chiquilines. Mientras van subiendo al ómnibus que nos llevará al avión los voy contando. Tres, cuatro... cinco, seis. No pueden ser todos de ellos. Entonces me pongo a estudiarlos y son todos iguales.
Parece una película, una caricatura, un dibujo animado. Algunos chinos los miran azorados. Hace 35 años que en China sólo hay hijos únicos.
Luego miro la escala. ¿Cuánto tiene el mayor? ¿Ya tiene siete? Quizás. Luego viene otro que se llevará 10 meses con el mayor y un tercero, que a su vez se llevará 10 meses con el segundo. Luego una nenita (¡menos mal una mujer!), de tres o dos, y al fin los dos bebés que van en cochecitos, uno llevado por la mamá, el otro por el papá. También varones. No se portan muy mal, pero no son muy quietitos, y los padres no les ahorran advertencias a los gritos.
Me llenan de alegría. Me pregunto por la logística. ¡A China! ¡Con los seis!
Una señora, también italiana, se pone la nena a upa. Le muestra que en una jaula lleva un gato. Es una jaula con forma de bolso, no se adivina que allí hubiera un gato. Pero los hermanos se han enterado y se vuelven locos con el gato.
Todos quieren ir a verlo, quieren ir a espiar por los agujeros del bolso, le piden a los padres, se codean entre ellos.



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2. Un aire distinto

Buenos días. Faltan minutos para las 6 de la mañana en Beijing. La gente mira el grado de contaminación antes que la temperatura y el pronóstico meteorológico. Como en Comodoro Rivadavia la gente mira, antes que nada, la cotización del barril de petróleo. Uno incorpora como natural una niebla permanente. Si pregunta "¿esto es smog?", rápidamente le responderán que no, y uno se queda con la impresión de que le ocultan la verdad por vergüenza, porque son buenos anfitriones y se sentirían en falta si debieran admitir un problema grave en su hospitalidad.
Pero quizás no sea smog. No me pica la nariz, ni siento esa cosa horrible que se siente cuando pasa un camión o un colectivo quemando fuel oil.
O quizás no lo siento porque estoy recién llegado y boleado por el cansancio y el viaje.
El chino del lavadero de a la vuelta de casa en Buenos Aires, me dice que se quieres quedar en Argentina. Su esposa, paraguaya, escucha la conversación e interviene. Lo instiga a que se vayan todos a China, que allá hay progreso (lamento haber tocado un nervio familiar) y él le dice que no sabe nada, que en Buenos Aires el aire es más limpio.


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3. Paradoja

China es una mezcla mágica de Imperio que llega al presente galopando desde las tierras del Futuro y tercermundismo puro, tipo Soweto, Potosí o La Matanza.


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4. Trasnochado

A la gente le encanta decir jetlag. Pues no es otra cosa que una alteración del sueño.
Una trasnochada, en criollo.
Viniendo del frío que hemos tenido este invierno en Buenos Aires a este calor medio bruto, la mente flota como cociéndose al vapor. Uno se alegra cuando descubre que le ha salido un pensamiento. Ayer decíamos con Maximiliano Papandrea, compañero estos días, que todo lo que se hace con China es sembrar, con mucho trabajo, semillas que no sabés qué darán, ni cuándo.

 

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5. No traicionar su animal totémico

Nos pusieron unas chinitas de asistentes. Estoy tentado de decirle a una de ellas que para qué se operó los ojos. Que mucho mejor le hubiera quedado extremarlos rasgados, extremar su extremidad.
Uno debe ser lo mejor que puede DE LO QUE ES, pero nunca tratar de ser lo que no es.
En todo caso, debe tratar de ser lo que no es aún, pero puede llegar a ser.
Nunca lo que no está dentro suyo.
Eso es no traicionar su animal totémico.
Y cuando tiene un amigo, una amiga, si lo quiere de verdad, terminará gustándole muchísimo, enamorándose, de sus cosas que no le gustan, o le pican, e incluso lo lastiman, si esas cosas son las cosas auténticas que definen al amigo. O la esposa, o el hijo o quien sea.


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6. A las 3.14

Cuando se viene a China pasa esto: un desvelo formidable a las 3.14 todos los días.
Uno se despierta tan abiertamente, todas las ventanas dan al mundo tan diáfano, a la vigilia tan pura como una fresca tarde de primavera en la montaña, entre los pinos que exudan aroma, el agua donde saltan las truchas heladas y las mariposas amarillas revolotean vivaces.
Despertarse como uno hubiera querido despertarse aquel día en que miró el celular, eran las 9.25 y tenía que estar a las 8 en el médico, o la mañana en que llegó tarde al examen o a la entrevista de trabajo.

 

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7. Discurso

Desde que llegué escucho, uno detrás del otro, todos discursos iguales, que hablan maravillas de la difusión de la literatura china en el mundo.
La verdad, yo estaba podrido. Pero temía que estuviera ignorando una ley que dictaba que si alguien decía otra cosa, le cortaban los dedos o algo así, de modo que me dispuse a hablar maravillas de la difusión de la literatura china en el mundo.
Gracias a Dios un búlgaro mala onda y luego una filipina de peor onda, me antecedieron cantándole a todos las 40 y diciéndoles que a ellos no les había llegado nada.
Envalentonado, les conté que en Argentina son contadas con una mano las personas que trabajan en mostrar la literatura china. Nombré a Petrecca, Gándara, Pose, Sartori y les dije que ninguno se ha comprado un yate con la ayuda que les da el gobierno chino.
Y les pedí que en lugar de mandarnos carretillas de libros traducidos por profesores de español cuyo contacto con Argentina era haber visto un partido de Maradona en la época del Napoli, podrían preguntarnos qué nos gustaba.
Luego les propuse que trajeran a China a los de la lista, que mandaran traductores a hacer residencias a Argentina y muchas gracias.
Me aplaudió el búlgaro. Tres aplausos. La filipina se había ido al baño.



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8. Debate encendido en la Enerprise

Están dando el premio para el que me candidatearon, Special Book Award of China. Aunque estoy haciendo un poco de puchero, sabía que no tenía chances de ganar. En este momento, me consuela ver que los ganadores están años luz delante de mí.
Luego de los discursos formales, espontáneamente, asombrosamente fuera de la imposible ceremoniosidad y pomposidad imperial, algunos premiados han armado una polémica. No lo ha hecho el neozelandés, que parecía el más encendido, sino el surcoreano. De repente, discuten un turco, una georgiana, un egipcio, un nigeriano, ahora se metió al fin el viejo neozelandés.
Todos alrededor de la misma mesa, sin permitir que los chinos organizadores metan bocado, pero todos hablando en chino, cada uno con su acento, pero todos apasionados.

 
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9. Otra vez son las 3.14

Lo estúpido que es desvelarse a las 3.14, como si fuera una hora significativa en Buenos Aires.
¿Qué, todos los días amanezco a las 17.13?
¿Empieza la novela?
¿Salgo de la fábrica?
No debe haber hora más boba.

 

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10. Exótico Made in China

Resulta que ando por ahí para comprarle un regalito a un amor que tengo en Villa Bosch. Pero todas las cosas chinas que veía ya las venden en el Barrio Chino de Belgrano. Y todas las cosas que no tienen aspecto de chinas ya las venden en todas partes. Eso de venir a China a conseguir productos exóticos creo que es de la época preMarco Polo.


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11. Los silencios de la traducción

En uno de sus cursos de literatura china Lelia, Ángeles, Rubén y Flor nos mostraron un poema que nos dejó a los estudiantes azorados.
Ante todo porque era hermoso como el color de la luna.
Luego, porque nos demostraron las posibilidades inabarcables de la traducción al presentarnos 21 versiones (tres eran de Octavo Paz), todas de ese solo poema.
Entre otras cosas, habilitaba tantas traducciones el que el poema podía carecer de sujeto y no conjugaba los tiempos verbales.
Entendimos que el verdadero desafío de la traducción del chino al español no era sólo descubrir la palabra equivalente a "añoro", sino decir sin especificar el sujeto y sin conjugar los verbos.

 
  

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12. Los flujos del tiempo

Hace un rato subí adonde estoy ahora en un ascensor cuyas tres paredes eran una pantalla. Se proyectaba un corto que promocionaba un destino turístico de mar y playas, mostrando una familia feliz , todos vestidos como si fuera en los años 50, con las caras de felices plenos.
Era una cosa tan fuera de tiempo como lo era un ascensor pantalla.
Creo que hay aspectos de las sociedades que corren por diferentes líneas de tiempo.


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13. ¿Ya has comido?

Entre los delegados hay un egipcio, muy negro, muy petisito, con unas manos regordetas como generosas facturas de chancho, y extremadamente simpático.
Se dudaría de la sinceridad de su simpatía, pero repite una y otra vez un papelón que lo deja muy a salvo.
En un curso de chino que tomó desde dos semanas antes del viaje, una profesora muy crítica cultural le explicó que el saludo "ni hao ma?" (¿estás bien?) sólo tiene entidad en la relación con los occidentales, que cuando dos chinos se encuentran, se preguntan "¿ya comiste?" ("ni chi fan le ma?")
El egipcio estaba encantado con la revelación, y sacaba todo de tipo de conclusiones, del tipo "la amistad los chinos la sienten como nutrición" o "el bienestar se identifica no con la salud, o con el ánimo, sino con la comida", etcétera.
En consecuencia, cada vez que saluda a alguien, le pregunta si ya comió. Al botones del hotel, al colectivero, a una señora en un ascensor que iba con su nieta. Como muchos se ríen, él se siente la mar de bien. Muchos le contestan largas respuestas, y le preguntan cosas, ante lo cual él (no tiene otra solución) vuelve a preguntar "ni chi fan le ma?" -lo que provoca nuevos comentarios, y así.
Cuando tuvimos la ceremonia de apertura, de inconmensurable alto protocolo, con un ministro, militares, embajadores, secretarios de Estado y todo tipo de funcionarios, fue uno por uno preguntándole a los ojos"¿ya comiste?", "ni chi fan le ma?"
No hablará mucho chino, pero no creo que olvide esas cinco palabras, la pasa bárbaro y el resto de su vida contará cómo dejó impresionados a todos los chinos con su astucia.


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14. Ángeles

Cuando era niño, una mañana me despertó alguien con una dulzura infinita. Tenía la voz de mi mamá, pero no era mi mamá, porque abrí los ojos y estaba solo en la habitación, y dos segundos después se abrió la puerta y entonces sí entró mi mamá de la realidad.
Le dije que me había despertado un ángel, me miró un instante, sonrió y dijo:
Qué lindo.
China me regaló un ángel. Tiene la voz grave y amenaza tronar, y es gigante y macizo como un luchador turco, pero tiene unos ojos insoportablemente hermosos. No se los puede mirar. Tienen un brillo que acabarían con lo que uno es, animal hecho del puro fango del pecado, si uno intentará mirar dentro de ellos.
El año pasado Camilo vino a buscarme a Zhuhai cuando di mi primer paso en la tierra de mi padre. Yo iba solo, sin dinero, sin saber y sin idioma, y él me alojó en su casa sin saber quién era yo, me acompañó por las montañas de ensueño del sur y luego sobrevoló mi larga vuelta de 50 días por el país. Cada vez lo que necesité, allí estaba.
Mi mamá murió dos meses después. Yo creo que desde el futuro en que estaría muerta, mandó a Camilo a despertarme.



La comprobación de que Camilo es mi Ángel de la Guardia es que se ha mudado a Beijing una semana antes de que yo regresara. Nada más imprevisto que mi regreso, pero aquí estaba Camilo, con sus hombros peludos, su vozarrón de ultratumba y sus ojos divinos.
Devorado por la rutina, ingratamente sólo fui a verlo el último día de mi visita. Fui acompañado de dos amigos y Camilo me esperaba con su amor chino de estos días, Michael.
Michael nos deslumbró a todos en un instante. Por alguna extraña razón, a mí se me había ocurrido ir a Liulichang, una calle que fue célebre y ahora el turismo la ha descartado de su circuito, pero es un increíble yacimiento de arte y antigüedades, y casualmente Michael es un experto en arte y antigüedades. No sólo nos envolvió en relatos que transformaron Liulichang en una nube fantástica, sino que nos invitó una cena prodigiosa, en la que una fila de sirvientes hacía cola para ofrecernos ingredientes exóticos para que echáramos al huoguó (caldero caliente): hongos azules, papas perfumadas, morcilla de ganso, pétalos de flores con la forma de lengua de iguana, pene de ciervo, un tofu que llevaba diez años de elaboración.
Allí continuó con los relatos con que había empezado a hipnotizarnos en Liulichang. Nos llevó a través de los territorios de la vasta China, contándonos de las marionetas del teatro de sombras y del mercado donde aún se pueden comprar jirafas y leones. Luego nos hizo recorrer las cuevas de los siglos, relatándonos sus aventuras como cazador de piezas de arte antiquísimas. Fuimos al Tíbet, atravesamos el Himalaya hasta Pakistán, luego aparecimos en Sichuan. En su impecable  inglés de clase alta, descubrimos máscaras doradas de dos metros de alto y Budas de hace 20 siglos, de purísimos rasgos del clacisismo griego ("un Buda Apolo", nos dijo).
Mis amigos estaban perfectamente encantados. Me agradecieron una y otra vez en el camino de regreso.
"Yo estoy seguro de esta fue una de las Mil y una Noches", dijo uno de ellos.

           

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15. Un pájaro en un hutong

En un pasillo perdido de un hutong, perdido yo en el laberinto infinito de un hutong, me veo frente a un pájaro negro que habla en perfecto chino.
Años de clase he perdido en el intento de pronunciar los tonos del idioma chino y esta ser sin alma y sin cerebro es capaz de hacerlo sin el menor esfuerzo.
Está dentro de una jaula puramente china, un portento que no se ve en otro lugar.
Tiene un bebedero hecho para una jaula, de porcelana, que lleva pintado un dibujo increíblemente sutil y flotando en el blanco en que flotan las imágenes de la China de la Eternidad clásica.
Yo volvería a China sólo para escribir la historia de las cosas que hacen que China sea China y que China no exporta.