miércoles, 27 de julio de 2016

La revolución del 16


En el minimercado de la estación de servicios, el taxista entregó un papel de 100 pesos por un atado de cigarrillos, una galletitas y algo más. Miró a quién tenía al lado, buscando algo de complicidad en el desconsuelo.
Le mostró las tres, cuatro cosas baratas que yacían sobre el mostrador.
— Cien pesos —le dijo al otro, y meneó la cabeza.
El otro hizo silencio.
El taxista sintió que le sacaban algo.

Una señora que no mira mucho la televisión y nunca en su vida se sentó a mirar el diario, leyó la factura de gas que debía pagar y la cantidad de dinero la asustó. No se le ocurría pagarla o no. Era obligatorio pagarla para tener gas, nada más. Se quedó confundida.

La mamá que compra leche. El chico que va al supermercado chino. El viejo que va a la farmacia. El hombre que va a comprar carne.
Todos sabemos esto.
Es el escenario de nuestras vidas este año, primer año de un nuevo Gobierno.

Tenemos adelante la palabra ajuste.
Lo que ya estaba caro, ahora está carísimo.
Lo que comprábamos midiendo cuánto comprábamos, apenas podemos comprarlo.
Pensamos que la decisión de los políticos es que las cosas estén muy caras.
No reaccionamos, no entendemos, aún no escuchamos a los gobernantes que han dicho que estamos en otra normalidad.
Otra.
No la misma, ajustada; es otra.
La decisión no es pagar muchísimo el pan: la decisión es que no compremos más el pan.

No entendemos aún.







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