martes, 5 de abril de 2016

Anita y las mariposas


Mi papá le dijo una vez a mi hermana Anita que su nombre en cantonés significa mariposa de otoño. Un nombre como un poema asombroso y sobrecogedor, ¿no es cierto? Mi hermana ha amado a su padre en las mariposas. Y éstas le han hecho el regalo de ir a nacer en su jardín. Casi milagrosamente creció un ejemplar de la precisa planta a la que van a reproducirse las mariposas monarca. Cuando termina el invierno la planta, que es una planta vulgar y pasaría desapercibida en un baldío cualquiera, entre los yuyos, los neumáticos que crían mosquitos en el agua de su interior, las bolsas de nylon sucias y medio enterradas, algunos escombros muertos, algunas botellas muertas, algunas maderas podridas; esa planta aparece adornada de crisálidas pardas, feas, pero que guardan las mariposas que más tarde nacerán anaranjadas con una perfección sobrenatural. Mi hermana Anita roba las crisálidas y las lleva dentro de su casa, y para su absorto deleite y complacencia hipnótica las mariposas nacen allí dentro. Revolotean por la cocina hasta que ella, su Reina, les abre la ventana. Las mariposas se marchan por el aire puro rumbo al cielo, hacia un lugar remoto, inalcanzable, al que ella jamás podrá ir. Mi hermana las despide, llevando en su alma el mágico nombre que le ha puesto mi padre.


De adulta se ha enterado que quizás ha habido una confusión con el nombre, quizás no es mariposa de otoño sino de primavera, o quizás ni siquiera es mariposa. Pero ya no importa, porque la verdad del nombre de mi hermana, la verdad de ella, no está en un origen correcto, sino en lo que ella ha hecho. El amor de mi hermana hacia su papá no está en la infalibilidad de la traducción, sino en las mariposas que supo criar para él. 





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