sábado, 12 de marzo de 2016

Juventud, de Paolo Sorrentino



Me encanta Tarantino. Si veo en la tele Pulp Fiction, Kill Bill o Perros de la calle, me quedo viéndola hasta el final, y gozo como loco. Cuando estrenan una película suya, la veo en la primera semana. Es cierto que es un enfant terrible del sistema, o sea, asume uno de los papeles previstos por la sociedad que escandaliza. Es el transgresor prescripto, como Pergolini o Lanata. El sistema manda blanco o negro y Tarantino no ofrece otro color. Ojo, el negro que pinta es genial, pero me apenan las generaciones que lo aman e idolatran, porque revelan que no han visto realmente cine. Sólo siendo vírgenes cinematográficos pueden exaltarse con la perversidad de Tarantino. Sólo no habiendo visto nada de Klimov. Ni de Fassbinder, ni de Abel Ferrara ni de Skolimowski. Si le reprocharan que se hace el subversivo pero no se mete a cuestionar el asunto humano, Tarantino se hará el loco, escupirá hacia arriba y atajará la escupida con la boca o algo así, porque no tiene respuesta. Se la pasa bárbaro cuando se va al cine a ver una de Tarantino o de David Lynch en que vuelan las cabezas arrancadas, pero salís del cine y nada ha cambiado. Ni dentro ni fuera de vos. 

Cuando acabó la función de anoche de Juventud, de Paolo Sorrentino, le dije a quien estaba conmigo "¿y ahora cómo nos vamos?", y sucedió que pasaban los créditos y nadie se iba, y terminaron de pasar, y encendieron las luces, y nadie se podía ir aún. Algunos hablaban, otros estaban en silencio, petrificados. Es lo que pasa con las obras de la gente que es generosa y se juega en lo que hace. Juventud es una película soberbia, pero también pone en evidencia que el escape hacia las series es provocado, entre otras cosas, por la ausencia de buenos cineastas. Llevamos varias generaciones de directores estériles, de los cuales Tarantino es abanderado. 

Luis Martínez es un periodista maduro de El Mundo, de España. No me importa decir que Juventud es una obra maestra o un fracaso, o lo que sea. No estoy haciendo crítica de cine. Quiero decir que así como fui testigo de una platea que no podía levantarse de sus butacas al final de la película, ahora leo las frases que la película le arrancó a Luis Martínez.

De los protagonistas: "Son viejos, se sienten morir y aún creen reconocer en el aliento inidentificable de la carne joven de una mujer el recuerdo de algo mejor. La vida quizá."

Del estilo: "Lejos de la arquitectura perfecta, en su insultante barroquismo, de La gran belleza, el director se conforma ahora con hacer que el espectador navegue por una pantalla que aspira a la textura de la carne."

De la estética: "estamos delante de una película compuesta para irritar. Todo en ella es impostura, afectación y crisis. El mundo barroco es necesariamente así. El único discurso sensato y no vergonzante de la muerte consiste en morir. Por ello, cualquier intento de lo contrario lleva necesariamente al vicio de lo pomposo, de lo ridículo, de lo enfermo. Recuérdese, los personajes están en ello: desapareciendo de un mundo que ya no les pertenece."

De la palabra santa de Sorrentino sobre Maradona: "«Maradona es mi infancia. Él es el mundo antes de cualquier cosa. La primera idea para la película, de hecho, nació de visualizarle en el hotel al que fue a desintoxicarse. Maradona es uno de los máximos ejemplos de un hombre con problemas con el tiempo. Ha vivido el suyo de la forma más inolvidable posible. Todos, y yo el primero, le recordamos como el que fue y el que nos hizo ser. El futuro no existe para alguien que está condenado a vivir en la memoria de todos»". 





 


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