jueves, 31 de marzo de 2016

Tocado


No me interesa analizar qué afinidades he sentido desde chico con Vonnegut y con Bergman. Son cosas dadas, como el parecido entre personas de una familia.
Me basta pensar que no pertenecen al cine, la literatura, la cultura o lo que sea que hizo de Bergman y Vonnegut estrellas.
Kurt Vonnegut, observó que ante situaciones espantosas, los chicos borran los recuerdos. Todos sabemos eso, pero Vonnegut lo dijo contando cómo sus tres sobrinos no podían recordar la época que siguió a la muerte de sus padres. La madre enfermó de cáncer y cuando estaba en el hospital en situación terminal, alguien le alcanzó el diario que habían dejado en la mesa de luz del paciente que tenía al lado y allí leyó de un accidente de auto, una de cuyas víctimas fatales era su esposo. Ella murió tres o cuatro días después. Esta manera de contar las cosas me hace mirar el tema de la represión o supresión de recuerdos de otra manera.
Ante situaciones tan críticas como la de la hermana de Vonnegut, Bergman usaba la fantasía extrema. Una fantasía que rayaba lo psicótico, porque no era propuesta como fantasía. No existían límites entre realidad y fantasía. El hecho de que se tratara de un fenómeno cinematográfico no distendía el asunto: la aparición de las fantasías sería la misma aunque no formara parte de una película.
Siempre a los humanos se les aparecen fantasmas, los que, considerados en un sentido muy amplio, podrían englobar las irrupciones fantásticas de Bergman. Luego de una disrupción aparecen personas, hechos, causalidades que no pertenecen a la realidad. Como si lo que sucediera fuera un resquebrajamiento de la cáscara que protege a la realidad de las cosas de los otros mundos que están del lado de afuera, y por las hendijas algo de esos mundos entrara en este.
Por supuesto, la escena tiene algo espeluznante. Bergman no lo soslaya en sus películas, pero qué pasa si uno, en lugar de cerrar los ojos o huir despavorido, se aguanta el terror y se queda mirando, plantado con coraje temerario o escondido cobardemente detrás de un mueble. ¿Qué vería?
Vería tal y cual cosa, pero más importante que lo que vería sería la libertad que habría ganado. Una libertad parecida a la que es consecuencia de no tener ya nada que perder. Ya se perdió lo que más se temía perder, la indemnidad de la realidad. La ilusión de que podemos estar seguros porque las cosas son como sabemos, y por tanto son predecibles. Una vez que se perdió ese refugio, en todas las direcciones hacia fuera y dentro de uno es caída libre al infinito. Todo es posible y pavoroso, y somos libres.







jueves, 24 de marzo de 2016

Sobre el Golpe Militar del 76, a mis amigos chinos

Queridos paisanos chinos en Argentina y descendientes:

Cuando uno está en otro país, se mantiene apartado.
No se quiere meter.
Es lógico. Bastantes problemas tiene uno con su vida, haber dejado atrás la Patria donde nació, y tratar de instalarse en Argentina.

Pero poco a poco las cosas del nuevo país se van metiendo en tu vida.
Si los precios suben, te afecta. Los ladrones vienen a robarte al supermercado. Los cortes de luz. Saqueos. Un corralito. No permiten la importación. Nuevas reglas para alquilar. Etcétera.

La Argentina se va metiendo en nuestras vidas, y mucho más en la de nuestros hijos.

Como la Dictadura Militar que tuvimos entre 1976 y 1983 sigue metiéndose en nuestras vidas, siento la obligación de contarles qué fue lo que yo vi que sucedió y sigue sucediendo.

Hay un sistema económico que conecta a todo Occidente.
En ese sistema hay Dueños muy fuertes. Algunos permanecen, otros no, algunos quiebran, otros se fortalecen. Cambian.
Voy a llamarlos Buitres.
Los Buitres quieren siempre poseer más. Para ello utilizan gobiernos y fuerzas físicas: ejércitos, policías, asesinos a sueldo.
Desde los años 50 vieron amenazadas sus propiedades por movimientos sociales en diferentes lugares del Mundo. Contraatacaron defendiendo sus propiedades y avanzando sobre las propiedades de los demás.
La forma en que hicieron eso en la zona de América Latina fue a través de golpes de Estado, planificados desde Estados Unidos y otros países centrales. Hicieron que los militares echaran a los gobiernos y tomaran control de la situación. A eso se le llama Golpe de Estado y Dictadura Militar.
A los Buitres no les interesa la legalidad ni los derechos. Sólo les interesa poseer más.

En Argentina, supieron aprovechar un momento político desastroso. Así, casi todos los argentinos estaban contentos con la Dictadura Militar, porque terminaba con un gobierno que le complicaba la vida a todos.
El Gobierno de los militares resultó peor. Fue mucho más corrupto y utilizó todas las fuerzas militares y de seguridad para torturar, robar y matar sin límites.
La economía terminó siendo peor para la gente.
Pero terminó siendo muy buena para los Buitres.
Los militares impusieron el terror. Por ejemplo, teníamos miedo de todo cuando nos enterábamos de que nuestro dentista, su esposa y sus tres hijos habían sido secuestrados por soldados, y pasaban los días y no sabíamos qué pasó con ellos.
Con todo el mundo aterrorizado y amenazado por el propio Gobierno, los Buitres controlaron y cambiaron la economía, haciendo que Argentina se endeudara mucho más de lo que podía pagar, y abriéndola a la importación barata de productos que se fabricaban acá (las fábricas cerraban porque no podían competir).
El resultado es que los Buitres se apropiaron de una parte mayor de Argentina de la que ya poseían, y sobre todo, instalaron un sistema que les permitía ir apropiándose cada vez más.

Dije que la Dictadura Militar de 1976 continúa metiéndose en nuestras vidas, porque desde entonces cada vez más el dinero que producen los argentinos es tomado por los Buitres.

Eso continúa hoy.
Fue ilegal entre 1976 y 1983, y desde entonces es legal, pero continúa.

Y no es Argentina contra los Buitres. Los Buitres también están en Argentina.
Los militares dieron el golpe de Estado mandados también por los Buitres argentinos —muchos militares, además, estaban muy enlazados con Buitres.
Por eso ustedes escucharon hablar en los últimos años de “Golpe Cívico-Militar”.
Los militares no actuaron por iniciativa propia, sino por un plan de Buitres de afuera y de adentro. Muchos empresarios argentinos promovieron la Dictadura Militar para beneficiarse, en aquel momento y con el plan que los militares instalarían.
O sea, muchos Buitres argentinos sigue beneficiándose, 40 años después.
Y ese beneficio es a costa del trabajo y de la vida de los demás.

Incluidos el trabajo y la vida de los chinos que viven en Argentina y sus descendientes.

Finalmente, la Dictadura Militar también fue posible porque los argentinos la apoyaron.
Como dije, la apoyaron porque significó el final de un momento político insoportable. Pero también la apoyaron por otros motivos.
Por ejemplo, la apoyaron porque hay en cada argentino, más grande o más chico, un entusiasmo por el autoritarismo. Es el amor a los fuertes violentos.
También la apoyaron porque se sentían más parte del Primer Mundo. Con un dólar barato los argentinos estaban felices de ir de compras a Miami. Es el amor a sentirnos superiores.
Esos son sólo dos entre otros motivos que hicieron que la gran mayoría de los argentinos apoyara la Dictadura Militar.
Y creo que esos dos amores y otros motivos continúan y siguen mandando sobre nuestras vidas.

La Dictadura Militar terminó en 1983, pero los motivos que la instalaron y sus consecuencias siguen vivos, y no fueron ni son cuestionados por la mayoría de los argentinos.
  • Funcionaron 340 centros clandestinos de detención, donde se torturaba y mataba a los detenidos
  • Cerca de 900 represores fueron enjuiciados, de los cuales 600 fueron condenados. Cientos no pudieron ser acusados.
  • Los militares se apropiaron de cerca de 500 niños, de los cuales 116 fueron restituidos a sus familias por los organismos de derechos humanos.
  • La deuda externa pasó de 7.000 a 44.000 millones de dólares
  • Se cerraron 20.000 fábricas



Comprendo que nadie haya llegado a este párrafo.
Estoy contando algo que nadie me preguntó.
Escribo estas líneas porque me siento responsable de hablar, de no callarme.
Lo que puedo aportar a las demás personas es mi pensamiento y mi palabra.
Sólo estoy cumpliendo con mi compromiso de hacer algo porque nuestras vidas y la de nuestros hijos sea mejor.


Gustavo Ng









Nos vemos el 24


Fíjensé lo que escribió Adriana Almagro, escritora gigante:

Otra escena de la marcha por los 40 años del golpe, y me siguen cayendo fichas:
Y en eso, un flaco de 80 pirulos, agitando su cartel con la foto de un desaparecido, empieza a gritar desbordado de alegría:
"Nora, Norita!"
Estaba con un par más, tan desbordantes como él.
Se suben al cantero, bajan y salen a la avenida por donde Nora Cortiñas venía con su paso pequeño, rapidito, constante, firme, por un costado para entrar en la columna.
Y de golpe, se detuvo todo.
El tiempo paró. Nadie se movía en ese desorden que era la espera para ver hacia dónde avanzábamos.
Todos giramos y vimos ese abrazo infinito entre ellos, los de 80 y tantos que parecían capaces de parar el mundo en ese momento para un instante de felicidad íntimo entre ellos, como chicos abrazándose dando saltitos casi apenas.
Y de repente: "Es Nora, Norita, Norita!" empiezan a gritar ramilletes de pibes de los barrios del conurbano, de murgas, que no llegaban a los 20 años, de primaria, que se acercan a hacerse una selfi con ella, a abrazarla.
Una amiga me mira y me avisa: Voy a llorar.
Yo no puedo ni hablar.
Y siento que soy feliz, en ese segundo en que ellos paran el mundo.
Y que no nos han vencido.

*        *        *        *        *        *

Tantos años los 24 de marzo en La Plaza. El resto del año, con algunos nos vemos siempre, con otros no nos vemos nunca, pero el 24 nos encontramos, sin quedar en ir juntos. Nos encontramos como nos encontramos con toda la gente. Han pasado parejas, hijos, carreras, mudanzas, gobiernos. Somos algo los 24, algo como parientes.
Yo quisiera tener la posibilidad de no tener que ir, de asimilar lo que pasó, poder olvidar. Lo que pasa es que no nos dejan. Tenemos que volver a ir a La Plaza, tenemos que seguir estando para que se haga Justicia, porque todavía no hay Justicia. Quisiera encontrarme con mis amigos por otro motivo, recordar todos los años que fuimos a La Plaza, y es heroico y digno ver cada año que los amigos no fallan, que allí están, pero quisiera entregar esa épica porque la inmundicia que fundamentó el Golpe del 76 y la inmundicia que instaló haya quedado atrás.

Mientras, nos vemos el 24.








miércoles, 23 de marzo de 2016

La intimidad cuando se regresa



Brel está vivito y coleando, fíjensé cómo aún está por suceder esto:

Mon cœur mon cœur ne t'emballe pas
Fais comme si tu ne savais pas
Que la Mathilde est revenue

(Corazón mío, corazón mío no te embales / Haz como si no supieras / Que Mathilde está de regreso. “Mathilde”)


El regreso causa una intimidad deliciosa en algunas canciones. Brel habla con su corazón, está demasiado excitado, teme hablar con Mathilde. En cambio, Laurie Anderson charla encantada con el visitante a quien amó:

Get the blanket from the bedroom
We can go walking once again.
Down in the bayou
Where our sweet love first began.

(Agarrá la frazada de la habitación / podemos caminar otra vez / allá por el arroyo / donde nuestro dulce amor comenzó. “Smoke Rings”)

David Byrne también le habla tiernamente a quien ha regresado:

Now I haven't seen you for ages
Come in, come out of the rain
Open the doorway and climb up the stairs
This is the bedroom where we said our prayers

(No te he visto por siglos / entrá, salí de la lluvia / Abrí la puerta y subí las escaleras / Este es el dormitorio donde rezábamos nuestras oraciones. “The Rose Tattoo”)

Y uno más que hace lo mismo, Charly García (o María Rosa Yorio, quienes sepan me corregirán):

Entra, seas bienvenida a casa
deja tu tapado en cualquier rincón
y pasa.
Veo que no has cambiado mucho
me da gusto poder verte otra vez
tan cerca.
Cuéntame de tus cosas
sé que has viajado un poco
pero no sé adónde
Yo estoy bastante vivo
tengo algunas canciones
que quiero mostrarte
Nada más.

(“Entra”)

Finalmente, la romántica Kate Bush a los 18 años entendió Cumbres Borrascosas, la novela de Emily Brontë escribiendo una canción que dice:

Heathcliff, it's me, your Cathy.
I've come home. I'm so cold!

(Heathcliff, soy yo, tu Cathy. / Vine a casa. ¡Tengo tanto frío!.Wuthering Heights”).

Pero he aquí que Cathy le pide a Heathcliff que la deje entrar por la ventana. ¿No es extraño? ¿Por qué por la ventana?
Porque Cathy ha muerto y esta es un fantasma.
Y puede ser un fantasma la visitante de Charly García, la de David Byrne, el de Laurie Anderson y Mathilde, con toda su vitalidad.










lunes, 21 de marzo de 2016

domingo, 20 de marzo de 2016

El complot del endeudamaiento



El libro Confessions of an economic hit man, de John Perkins, fue lanzado en el 2004 y estuvo en la lista de los libros más vendidos del New York Times durante siete semanas.

Pertenece al género del complot, como la JFK de Oliver Stone y la historia de Kurt Sonnenfeld sobre la destrucción de las Torres Gemelas.

Hace 20 años en una ciudad de la Patagonia yo estaba detrás del historiador local —historiador no por formación académica sino por memorioso—, quien me había contado que había descubierto la tumba de un jerarca nazi en algún lugar de un camino desierto, como lo son todos en aquella parte del mundo.
Como no me atendía el teléfono, fui hasta su casa, toqué el timbre, esperé un rato largo y finalmente entreabrió la puerta no más que el ancho de su ojo, y me dijo “ahora no puedo, estoy con el Mosad acá dentro”. Yo podría haber pensado que corría peligro y habría avisado a la policía, pero estaba acostumbrado a que su mundo estaba hecho de grandes intrigas fuera de cualquier trama oficial de poder. Me había dado precisiones de la vida de Hitler en el lugar. Me explicó dónde había estado viviendo Eva Braun hasta el año anterior. Pero si era un mentiroso incurable, ¿por qué quería entrevistarlo? Porque invariablemente, en el cúmulo de fantasías extremas, siempre había algún dato “verdadero”, o mejor dicho, que podía ser “registrado”, según los criterios del Poder Judicial. Lo cual, por otra parte, no significa mucho.
Y es eso lo que está en juego, la verdad. Sabemos que el Poder Judicial arma relatos. Relatos basados en pruebas, por supuesto, pero las pruebas son validadas por el mismo sistema, y además, son utilizadas en función de un relato. Con las mismas pruebas pueden armarse muchos relatos, incluso contradictorios entre sí. La verdad, de este modo, puede ser algo tan escurridizo como un pez sorprendido. No necesariamente se llegará a ella por la manera de abordarlo del Poder Judicial, y quizás sí se conozca a través de una trama de historias delirantes urdida por un personaje de pueblo.
De hecho, cuando finalmente entrevisté al historiador, en la larga historia que me contó, entre los agentes de la Mosad, Eva Braun, el capitán enterrado y otra docena de personajes, soltó el nombre de un tal Erich Priebke, a quien no le presté mayor atención hasta que unas semanas después apareció en la televisión, protagonista de una noticia de enorme relevancia internacional. Me quedé de una pieza. Si aquello era verdad, ¿por qué todo lo demás debía ser mentira? Pero si todo fuera verdad, ¿por qué no era noticia, como era en ese momento el caso Priebke?
El género del complot requiere que la historia tenga verdad registrable por el sistema verificador dominante y a la vez, debe proponer hechos que impactan por lo delirante e incluso alucinado, que podrían cambiar la realidad pero no pueden ser comprobados.

Ha vuelto a circular una entrevista a Perkins. Cuesta creer que Perkins haya sido un agente de una trama de corporaciones dueñas del mundo y ahora sea un arrepentido. Todo parece demasiado simple para ser cierto. Sin embargo, aceptándolo como una versión disparatada, en su poder de explicación sabemos que expresa una verdad.







sábado, 19 de marzo de 2016

Put on your red shoes





Put on your red shoes and dance the blues.
Cuando el macartismo se ensañó con parte de Hollywood, muchos mostraron una solidaridad digna, por ejemplo ofreciéndole a Vincent Minelli la posibilidad de filmar Un americano en Paris. Minelli se inspiró en una película de Robert Powell, The Red Shoes.
Creo que muchos queremos en Bowie esa manera de ser amigo.
La película de Powell está inspirada a su vez en el soberbio cuento de Andersen. Agradezco no sé qué incitación me ha llevado a recordar todo esto porque me da la oportunidad de compartir aquel cuento.

Los zapatos rojos

Érase una vez una niña muy linda y delicada, pero tan pobre, que en verano andaba siempre descalza, y en invierno tenía que llevar unos grandes zuecos, por lo que los piececitos se le ponían tan encarnados, que daba lástima.
En el centro del pueblo habitaba una anciana, viuda de un zapatero. Tenía unas viejas tiras de paño colorado, y con ellas cosió, lo mejor que supo, un par de zapatillas. Eran bastante patosas, pero la mujer había puesto en ellas toda su buena intención. Serían para la niña, que se llamaba Karen.
Le dieron los zapatos rojos el mismo día en que enterraron a su madre; aquel día los estrenó. No eran zapatos de luto, cierto, pero no tenía otros, y calzada con ellos acompañó el humilde féretro.
Acertó a pasar un gran coche, en el que iba una señora anciana. Al ver a la pequeñuela, sintió compasión y dijo al señor cura:
- Dadme la niña, yo la criaré.
Karen creyó que todo aquello era efecto de los zapatos colorados, pero la dama dijo que eran horribles y los tiró al fuego. La niña recibió vestidos nuevos y aprendió a leer y a coser. La gente decía que era linda; sólo el espejo decía:
- Eres más que linda, eres hermosa.
Un día la Reina hizo un viaje por el país, acompañada de su hijita, que era una princesa. La gente afluyó al palacio, y Karen también. La princesita salió al balcón para que todos pudieran verla. Estaba preciosa, con un vestido blanco, pero nada de cola ni de corona de oro. En cambio, llevaba unos magníficos zapatos rojos, de tafilete, mucho más hermosos, desde luego, que los que la viuda del zapatero había confeccionado para Karen. No hay en el mundo cosa que pueda compararse a unos zapatos rojos.
Llegó la niña a la edad en que debía recibir la confirmación; le hicieron vestidos nuevos, y también habían de comprarle nuevos zapatos. El mejor zapatero de la ciudad tomó la medida de su lindo pie; en la tienda había grandes vitrinas con zapatos y botas preciosos y relucientes. Todos eran hermosísimos, pero la anciana señora, que apenas veía, no encontraba ningún placer en la elección. Había entre ellos un par de zapatos rojos, exactamente iguales a los de la princesa: ¡qué preciosos! Además, el zapatero dijo que los había confeccionado para la hija de un conde, pero luego no se habían adaptado a su pie.
- ¿Son de charol, no? - preguntó la señora -. ¡Cómo brillan!
- ¿Verdad que brillan? - dijo Karen; y como le sentaban bien, se los compraron; pero la anciana ignoraba que fuesen rojos, pues de haberlo sabido jamás habría permitido que la niña fuese a la confirmación con zapatos colorados. Pero fue.
Todo el mundo le miraba los pies, y cuando, después de avanzar por la iglesia, llegó a la puerta del coro, le pareció como si hasta las antiguas estatuas de las sepulturas, las imágenes de los monjes y las religiosas, con sus cuellos tiesos y sus largos ropajes negros, clavaran los ojos en sus zapatos rojos; y sólo en ellos estuvo la niña pensando mientras el obispo, poniéndole la mano sobre la cabeza, le habló del santo bautismo, de su alianza con Dios y de que desde aquel momento debía ser una cristiana consciente. El órgano tocó solemnemente, resonaron las voces melodiosas de los niños, y cantó también el viejo maestro; pero Karen sólo pensaba en sus magníficos zapatos.
Por la tarde se enteró la anciana señora - alguien se lo dijo - de que los zapatos eran colorados, y declaró que aquello era feo y contrario a la modestia; y dispuso que, en adelante, Karen debería llevar zapatos negros para ir a la iglesia, aunque fueran viejos.
El siguiente domingo era de comunión. Karen miró sus zapatos negros, luego contempló los rojos, volvió a contemplarlos y, al fin, se los puso.
Brillaba un sol magnífico. Karen y la señora anciana avanzaban por la acera del mercado de granos; había un poco de polvo.
En la puerta de la iglesia se había apostado un viejo soldado con una muleta y una larguísima barba, más roja que blanca, mejor dicho, roja del todo. Se inclinó hasta el suelo y preguntó a la dama si quería que le limpiase los zapatos. Karen presentó también su piececito.
- ¡Caramba, qué preciosos zapatos de baile! - exclamó el hombre -. Ajustad bien cuando bailéis - y con la mano dio un golpe a la suela.
La dama entregó una limosna al soldado y penetró en la iglesia con Karen.
Todos los fieles miraban los zapatos rojos de la niña, y las imágenes también; y cuando ella, arrodillada ante el altar, llevó a sus labios el cáliz de oro, estaba pensando en sus zapatos colorados y le pareció como si nadaran en el cáliz; y se olvidó de cantar el salmo y de rezar el padrenuestro.
Salieron los fieles de la iglesia, y la señora subió a su coche. Karen levantó el pie para subir a su vez, y el viejo soldado, que estaba junto al carruaje, exclamó: - ¡Vaya preciosos zapatos de baile! -. Y la niña no pudo resistir la tentación de marcar unos pasos de danza; y he aquí que no bien hubo empezado, sus piernas siguieron bailando por sí solas, como si los zapatos hubiesen adquirido algún poder sobre ellos. Bailando se fue hasta la esquina de la iglesia, sin ser capaz de evitarlo; el cochero tuvo que correr tras ella y llevarla en brazos al coche; pero los pies seguían bailando y pisaron fuertemente a la buena anciana. Por fin la niña se pudo descalzar, y las piernas se quedaron quietas.
Al llegar a casa los zapatos fueron guardados en un armario; pero Karen no podía resistir la tentación de contemplarlos.
Enfermó la señora, y dijeron que ya no se curaría. Hubo que atenderla y cuidarla, y nadie estaba más obligado a hacerlo que Karen. Pero en la ciudad daban un gran baile, y la muchacha había sido invitada. Miró a la señora, que estaba enferma de muerte, miró los zapatos rojos, se dijo que no cometía ningún pecado. Se los calzó - ¿qué había en ello de malo? - y luego se fue al baile y se puso a bailar.
Pero cuando quería ir hacia la derecha, los zapatos la llevaban hacia la izquierda; y si quería dirigirse sala arriba, la obligaban a hacerlo sala abajo; y así se vio forzada a bajar las escaleras, seguir la calle y salir por la puerta de la ciudad, danzando sin reposo; y, sin poder detenerse, llegó al oscuro bosque.
Vio brillar una luz entre los árboles y pensó que era la luna, pues parecía una cara; pero resultó ser el viejo soldado de la barba roja, que haciéndole un signo con la cabeza, le dijo:
- ¡Vaya hermosos zapatos de baile!
Se asustó la muchacha y trató de quitarse los zapatos para tirarlos; pero estaban ajustadísimos, y, aun cuando consiguió arrancarse las medias, los zapatos no salieron; estaban soldados a los pies. Y hubo
de seguir bailando por campos y prados, bajo la lluvia y al sol, de noche y de día. ¡De noche, especialmente, era horrible!
Bailando llegó hasta el cementerio, que estaba abierto; pero los muertos no bailaban, tenían otra cosa mejor que hacer. Quiso sentarse sobre la fosa de los pobres, donde crece el amargo helecho; mas no había para ella tranquilidad ni reposo, y cuando, sin dejar de bailar, penetró en la iglesia, vio en ella un ángel vestido de blanco, con unas alas que le llegaban desde los hombros a los pies. Su rostro tenía una expresión grave y severa, y en la mano sostenía una ancha y brillante espada.
- ¡Bailarás - le dijo -, bailarás en tus zapatos rojos hasta que estés lívida y fría, hasta que tu piel se contraiga sobre tus huesos! Irás bailando de puerta en puerta, y llamarás a las de las casas donde vivan niños vanidosos y presuntuosos, para que al oírte sientan miedo de ti. ¡Bailarás!
- ¡Misericordia! - suplicó Karen. Pero no pudo oír la respuesta del ángel, pues sus zapatos la arrastraron al exterior, siempre bailando a través de campos, caminos y senderos.
Una mañana pasó bailando por delante de una puerta que conocía bien. En el interior resonaba un cantar de salmos, y sacaron un féretro cubierto de flores. Entonces supo que la anciana señora había muerto, y comprendió que todo el mundo la había abandonado y el ángel de Dios la condenaba.
Y venga bailar, baila que te baila en la noche oscura. Los zapatos la llevaban por espinos y cenagales, y los pies le sangraban.
Luego hubo de dirigirse, a través del erial, hasta una casita solitaria. Allí se enteró de que aquélla era la morada del verdugo, y, llamando con los nudillos, al cristal de la ventana dijo:
- ¡Sal, sal! ¡Yo no puedo entrar, tengo que seguir bailando! El verdugo le respondió:
- ¿Acaso no sabes quién soy? Yo corto la cabeza a los malvados, y cuido de que el hacha resuene.
- ¡No me cortes la cabeza - suplicó Karen -, pues no podría expiar mis pecados; pero córtame los pies, con los zapatos rojos!
Reconocía su culpa, y el verdugo le cortó los pies con los zapatos, pero éstos siguieron bailando, con los piececitos dentro, y se alejaron campo a través y se perdieron en el bosque.
El hombre le hizo unos zuecos y unas muletas, le enseñó el salmo que cantan los penitentes, y ella, después de besar la mano que había empuñado el hacha, emprendió el camino por el erial.
- Ya he sufrido bastante por los zapatos rojos - dijo -; ahora me voy a la iglesia para que todos me vean -. Y se dirigió al templo sin tardanza; pero al llegar a la puerta vio que los zapatos danzaban frente a ella, y, asustada, se volvió.
Pasó toda la semana afligida y llorando amargas lágrimas; pero al llegar el domingo dijo:
- Ya he sufrido y luchado bastante; creo que ya soy tan buena como muchos de los que están vanagloriándose en la iglesia -. Y se encaminó nuevamente a ella; mas apenas llegaba a la puerta del cementerio, vio los zapatos rojos que continuaban bailando y, asustada, dio media vuelta y se arrepintió de todo corazón de su pecado.
Dirigiéndose a casa del señor cura, rogó que la tomasen por criada, asegurando que sería muy diligente y haría cuanto pudiese; no pedía salario, sino sólo un cobijo y la compañía de personas virtuosas. La señora del pastor se compadeció de ella y la tomó a su servicio. Karen se portó con toda modestia y reflexión; al anochecer escuchaba atentamente al párroco cuando leía la Biblia en voz alta. Era cariñosa con todos los niños, pero cuando los oía hablar de adornos y ostentaciones y de que deseaban ser hermosos, meneaba la cabeza con un gesto de desaprobación.
Al otro domingo fueron todos a la iglesia y le preguntaron si deseaba acompañarlos; pero ella, afligida, con lágrimas en los ojos, se limitó a mirar sus muletas. Los demás se dirigieron al templo a escuchar la palabra divina, mientras ella se retiraba a su cuartito, tan pequeño que no cabían en él más que la cama y una silla. Sentóse en él con el libro de cánticos, y, al absorberse piadosa en su lectura, el viento le trajo los sones del órgano de la iglesia. Levantó ella entonces el rostro y, entre lágrimas, dijo:
- ¡Dios mío, ayúdame!
Y he aquí que el sol brilló con todo su esplendor, y Karen vio frente a ella el ángel vestido de blanco que encontrara aquella noche en la puerta de la iglesia; pero en vez de la flameante espada su mano sostenía ahora una magnífica rama cuajada de rosas. Tocó con ella el techo, que se abrió, y en el punto donde había tocado la rama brilló una estrella dorada; y luego tocó las paredes, que se ensancharon, y vio el órgano tocando y las antiguas estatuas de monjes y religiosas, y la comunidad sentada en las bien cuidadas sillas, cantando los himnos sagrados. Pues la iglesia había venido a la angosta habitación de la pobre muchacha, o tal vez ella había sido transportada a la iglesia. Encontróse sentada en su silla, junto a los miembros de la familia del pastor, y cuando, terminado el salmo, la vieron, la saludaron con un gesto de la cabeza, diciendo:
- Hiciste bien en venir, Karen -. Fue la misericordia de Dios - dijo ella.

Y resonó el órgano, y, con él, el coro de voces infantiles, dulces y melodiosas. El sol enviaba sus brillantes rayos a través de la ventana, dirigiéndolos precisamente a la silla donde se sentaba Karen. El corazón de la muchacha quedó tan rebosante de luz, de paz y de alegría, que estalló. Su alma voló a Dios Nuestro Señor, y allí nadie le preguntó ya por los zapatos rojos.






miércoles, 16 de marzo de 2016

Tres generaciones de Ng


En el nombre del Padre,
del Hijo
y de la Nieta.

Por skype.

Ng
Ng
Ng

El mayor, un Patriarca en Wing Wong.
El hijo, un excéntrico.
La más chica acaba de empezar la cerrera de Letras.






martes, 15 de marzo de 2016

15 de marzo de 2016. Hoy mi hija Irina empieza la facultad en Filosofía y Letras.
Dios mío, me da vergüenza de que me encuentre en algún aula o algún pasillo haciendo las idioteces que aún estoy haciendo.
Afortunadamente, es mucho más madura que yo. Comprenderá, sonreirá con un poco de pena condescendiente y rápidamente seguirá su camino.







domingo, 13 de marzo de 2016

Unas pocas fotos


Escuché a un joven maduro en la radio asombrarse: "el año pasado se tomaron más fotos que en todo el resto de la historia".
La afirmación implica: 1) un cálculo muy difícil, y por tanto con un enorme margen de error, y 2) una rotunda sensación de que es certero.

Por otro lado, es muy fácil observar en instagram cómo la colección de fotos de alguien se reduce a dos o tres fotos.
Llega a seis —quizás exagero— en el caso de los fotógrafos vocacionales o profesionales.
Y lo que es más sorprendente, el número no se amplía sustancialmente cuando se salta de los individuos al conjunto.
Estoy hablando, claro, de las fotos buscadas, elaboradas por la mente que hay en el ojo, por la experiencia trabajada que da forma al sentimiento y acaso el pensamiento del fotógrafo; las demás imágenes no entran en esta reflexión.
No encuentro en esta situación necesariamente pobreza, ni falta de talento ni, menos, de creatividad; sólo quiero llamar la atención sobre la situación engañosa de "cuántas fotos se toman". Se toman poquísimas fotos, para mal o para bien de la gente.

También quiero expresar mi perplejidad ante el fotógrafo Martín Zabala (está en Facebook y en Instagram), que casi no repite fotos. Además de una calidad que nos saca de la realidad —nos hace  ver la mala calidad visual de la realidad en que vivimos—, aporta una nueva foto en cada toma. Eso asusta, resulta casi insoportable.

Otros fotógrafos que quisiera mencionar hoy son Carolina Camps, de una creatividad que es el desborde de una inspiración tan profunda que parece una fuerza de la naturaleza; Daniel Jayo, cuyo exceso de personalidad crea fotos como martillazos, a la vez oscuras, incisivas y chispeantes, y Leandro Teysseire, cuyas imágenes salen de su pura intuición para deteneros ante la realidad, obligarnos a mirarla otra vez y así descubrir colores, texturas, espíritus que no habíamos notado, y ahora nos hacen sospechar que el mundo es mucho más rico de lo que creíamos.











Sagrado


Let the Priests of the Raven of
Dawn, no longer in deadly black, with
hoarse note curse the Sons of Joy.
Nor his accepted brethren whom,
tyrant, he calls free, lay the bound or
build the roof. Nor pale religious
lechery call that virginity that wishes,
but acts not !
For everything that lives is holy.

(William Blake, The marriage of Heaven and Hell. 1790)


Permitan que los Sacerdotes del Cuervo de la madrugada,
Abandonden la negrura mortal,
con su ronca nota que maldice a los hijos de alegría.
Y a sus hermanos, a quienes, tirano, Él llaman libres
Libérenlos de poner cota o de construir techo.
Y eximan a la pálida lujuria religiosa de convocar la virginidad,
¡que ella desea pero no actúa!
Porque todo lo que vive es sagrado.
.







sábado, 12 de marzo de 2016

Peste



Veo a un español diciendo sobre los inmigrantes en Europa: “¿y eso a consecuencia de qué es? Muy sencillo, la colonización de África, de América, 72 millones de muertos, un genocidio, y esta gran inmigración es el retorno. De las grandes empresas, que invierten y sacan ganancias al precio que sea y como sea. No importa nada, ni la gente que muera, ni la que quede en el camino. Importa ‘nuestra empresa’”
Llevamos unos siglos, tres, cuatro, de hegemonía Europea. Se ha naturalizado que los blancos son superiores. Tras su mascarada progresista, mis amigos se derriten por Francia o por ir de shopping a Miami. Una época en que se cree que los superiores son los más violentos es un momento de imbecilidad mayúscula en la historia de la Humanidad. Nos queda intentar un poco de lucidez, rezar porque esta peste pase rápido y paciencia.

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Juventud, de Paolo Sorrentino



Me encanta Tarantino. Si veo en la tele Pulp Fiction, Kill Bill o Perros de la calle, me quedo viéndola hasta el final, y gozo como loco. Cuando estrenan una película suya, la veo en la primera semana. Es cierto que es un enfant terrible del sistema, o sea, asume uno de los papeles previstos por la sociedad que escandaliza. Es el transgresor prescripto, como Pergolini o Lanata. El sistema manda blanco o negro y Tarantino no ofrece otro color. Ojo, el negro que pinta es genial, pero me apenan las generaciones que lo aman e idolatran, porque revelan que no han visto realmente cine. Sólo siendo vírgenes cinematográficos pueden exaltarse con la perversidad de Tarantino. Sólo no habiendo visto nada de Klimov. Ni de Fassbinder, ni de Abel Ferrara ni de Skolimowski. Si le reprocharan que se hace el subversivo pero no se mete a cuestionar el asunto humano, Tarantino se hará el loco, escupirá hacia arriba y atajará la escupida con la boca o algo así, porque no tiene respuesta. Se la pasa bárbaro cuando se va al cine a ver una de Tarantino o de David Lynch en que vuelan las cabezas arrancadas, pero salís del cine y nada ha cambiado. Ni dentro ni fuera de vos. 

Cuando acabó la función de anoche de Juventud, de Paolo Sorrentino, le dije a quien estaba conmigo "¿y ahora cómo nos vamos?", y sucedió que pasaban los créditos y nadie se iba, y terminaron de pasar, y encendieron las luces, y nadie se podía ir aún. Algunos hablaban, otros estaban en silencio, petrificados. Es lo que pasa con las obras de la gente que es generosa y se juega en lo que hace. Juventud es una película soberbia, pero también pone en evidencia que el escape hacia las series es provocado, entre otras cosas, por la ausencia de buenos cineastas. Llevamos varias generaciones de directores estériles, de los cuales Tarantino es abanderado. 

Luis Martínez es un periodista maduro de El Mundo, de España. No me importa decir que Juventud es una obra maestra o un fracaso, o lo que sea. No estoy haciendo crítica de cine. Quiero decir que así como fui testigo de una platea que no podía levantarse de sus butacas al final de la película, ahora leo las frases que la película le arrancó a Luis Martínez.

De los protagonistas: "Son viejos, se sienten morir y aún creen reconocer en el aliento inidentificable de la carne joven de una mujer el recuerdo de algo mejor. La vida quizá."

Del estilo: "Lejos de la arquitectura perfecta, en su insultante barroquismo, de La gran belleza, el director se conforma ahora con hacer que el espectador navegue por una pantalla que aspira a la textura de la carne."

De la estética: "estamos delante de una película compuesta para irritar. Todo en ella es impostura, afectación y crisis. El mundo barroco es necesariamente así. El único discurso sensato y no vergonzante de la muerte consiste en morir. Por ello, cualquier intento de lo contrario lleva necesariamente al vicio de lo pomposo, de lo ridículo, de lo enfermo. Recuérdese, los personajes están en ello: desapareciendo de un mundo que ya no les pertenece."

De la palabra santa de Sorrentino sobre Maradona: "«Maradona es mi infancia. Él es el mundo antes de cualquier cosa. La primera idea para la película, de hecho, nació de visualizarle en el hotel al que fue a desintoxicarse. Maradona es uno de los máximos ejemplos de un hombre con problemas con el tiempo. Ha vivido el suyo de la forma más inolvidable posible. Todos, y yo el primero, le recordamos como el que fue y el que nos hizo ser. El futuro no existe para alguien que está condenado a vivir en la memoria de todos»". 





 


Dame la mano


Hasta que murió, cuando cruzábamos la calle mi mamá me agarraba de la mano. En los últimos años no se sabía si seguía haciéndolo para protegerme, como lo hacía cuando yo tenía cuatro años, o para sostenerse. Pienso que era para las dos cosas. Creo que hay algo en los padres que los hace necesitar agarrarse a los hijos, de los hijos.
Por ejemplo, nos sentimos con derecho a que nos atiendan el teléfono siempre que los llamamos, como si no tuvieran otra cosa que hacer en la vida. Si no nos atienden nos indignamos, sintiendo que con justa razón.
Es una mezcla de amor y vampirismo lo que nos impulsa. Podemos pedir perdón a los hijos, pero no sé si podemos solucionarlo.










jueves, 3 de marzo de 2016

Un tajo en la oscuridad


José calculó alguna vez que llevaba 17 años pasando por la plaza Sarmiento, todos los días a la misma hora. Los ladrillos partidos que pavimentaban el caminito, los rosales que bordeaban la pérgola, las fuentes con peces de cemento que echaban agua por la boca, ya eran antiguas partes de él, los tenía en su interior, se los llevaría a la otra vida. Sabía instintivamente cómo iría cambiando la plaza con las estaciones, sabía que en el momento en que pasara de camino al trabajo, al fin de la primavera sería pleno día y que en invierno andaría en la oscuridad maciza, a no ser por cinco o seis focos que iluminaban desde demasiado alto con el resto de vida agotado. Y fue una de esas mañanas de noche aún cerrada que vio en el tronco de un árbol algo imposible. Era una línea de dos metros que acompañaba al tronco verticalmente. Una rajadura, como las que tienen algunos troncos, pero revelaba una luz en el interior del árbol. 
El asombro de José era tremendo. Buscó alrededor alguien para mostrarle, y no había nadie. Se quedó plantado mirando. Se quedaría para siempre, porque cómo vas a seguir andando por el mundo como si tal cosa si estaba sucediendo esto, que cambiaba por completo la realidad? De repente, toda la realidad se le transformó en algo cruelmente opaco. Había filamentos de colores allí dentro, que se revolvían y transformaban. En un instante la realidad, la realidad de toda su vida, del pasado, del futuro, había cambiado. Sabía que se acercaría, que podía espiar otro mundo, meter la mano, acaso entrar, estar en contacto con otro mundo, y eso le revolucionaría la vida. Ya no era el mismo. 

Una ética





Es una constante histórica que una proporción importante de artistas tienen relaciones sexuales estrambóticas con algunas personas, de forma muy esporádica, pero más bien durante toda la vida. Desde Paolo Ucello y la Selvaggia hasta Silvina Ocampo y Alejandra Pizarnik, y desde Vicent y Theo Van Gogh hasta Camille Claudel y Auguste Rodin, Son relaciones tan abstraídas de la moral como las obras de esos artistas.