lunes, 11 de enero de 2016

Cachito cumple 52


Hay buenas y malas noticias.

Hoy mi primo Cachito cumple 52 años. Es un dragón con todas las características a pleno del dragón: noble, potente, positivo, carismático, con un impecable sentido de cómo deben ser las cosas. Tiene otra característica: de la misma forma en que yo he decidido no pasar el umbral de los 30, su mente decidió no ir más allá de los 5 años. Es un asunto fuerte y decisivo, pero quizás no es lo más importante en su vida. Creo que el entusiasmo porque la Momia haga justicia contra William Boo, porque Boca gane cada partido y porque Moe, Larry y Curly salgan adelante de las situaciones en que se meten son temas mucho más importantes. Para él y para mí. Lo digo sin concesiones ni falsa ternura: como a cualquier otro dargón, al rato de estar con Cachito lo hago mi líder. 

Cachito perdió a su mamá en un accidente de auto, y poco después a su papá, que lo eligió entre sus hijos para que estuviera todo el día con él. Cuando ya no tuvo padres, su hermano Alberto lo trajo a vivir a esta casa que compró en Villa Caraza. En esa casa estoy, en la fiesta de cumpleaños.

Me trajo su hermana Estela, que le hizo una torta magnífica, quizás la mejor torta de cumpleaños que vi en mi vida. Por muy infantil, Cachito no deja de ser su hermano mayor, y él ama que le festejen el cumpleaños. ¿Quién no? 

Alberto supo avanzar en la vida. No recibió mucha más herencia que el cuidado de Cachito, pero compró una casa humilde y con su esposa, tan trabajadora como él, han sabido hacer de ella un lugar hermosamente digno y pujante. Mi tío y su esposa estarían llenos de orgullo si vieran esto. La casa está en un barrio de Lanús Oeste, donde no hay edificios, muchas casas están ampliadas como se puede y en las veredas hay autos viejos estacionados y piletas Pelopìncho. Mi primo tiene un taller, como el que tenía mi tío, y un depósito donde está la mercadería que vende, como quería mi tío que debía hacer, y la casa está siempre limpia, tiene amplios espacios y todo es nuevo, como hubiera querido mi tía que fueran las casas de sus hijos. 

A la fiesta vinieron viejos amigos del barrio de la infancia de Cachito, entre ellos el Turquito. Nunca supe si Cachito siente por él amor, bronca, o esas dos cosas y muchas otras. Desde que los recuerdo juntos, quizás cuando tenían 10 años, siempre tuvieron la misma relación. El Turquito se acerca a Cachito, le dice cualquier cosa, le gasta una broma, Cachito se excita, le dice algo ininteligible, el Turquito se ríe, en algún momento Cachito le da un golpe como si quisiera aleccionarlo de algo. El golpe siempre toma desprevenido al Turquito, quien le reprocha a Cachito haberle pegado demasiado fuerte sin explicarle por qué. Parece realmente ofendido, pero se queda allí. Al rato vuelve tomar a Cachito en broma y todo empieza de nuevo. Esta escena se repite desde hace más de 40 años. Hoy el Turquito se ha tomado tres colectivos y viajado una hora y media para llegar a este barrio de perros y niños que, sueltos, lo asustan por igual, y desearle feliz cumpleaños a su amigo.

Todos gastan al Turquito porque es judío. Hoy le recordaron que había dejado a una novia porque una vez lo había obligado a pagarle el remise —le preguntaron si también era judía y luego le dijeron “buscate una cristiana”. Él se divertía. De regalo trajo un vino kosher, importado de Estados Unidos.

En algún momento Cachito empezó a usar para el Turquito esta variante del golpe: hace sonar un pito de referí (en un volumen que hace dar un salto a todo el mundo) y le saca tarjeta roja. Ha tenido esa ocurrencia que hace que la gente lo adore. Es muy auténtico en su sentimiento de condenar a alguien por algo que hace mal, y siempre que lo hace se comprende automáticamente por qué lo hace y es imposible no admitir que tiene razón. A alguien le sacó tarjeta roja por tomar demasiado vino, a una prima por llegar con un novio que a nadie le gustaba (pero nadie se atrevía a decírselo), a un tío por hablar grandezas de otro país, a mí por haberme puesto unos pantalones demasiado llamativos. Ahora ya le pedimos que le saque tarjeta roja a tal o cual, por tal o cual razón.

Hoy sacó muchas tarjetas amarillas y rojas. Observé que eran profesionales, y efectivamente lo eran. Se las había conseguido un amigo de Alberto que lo quiere mucho. Tenían incluso el nombre del árbitro a quien le habían sido entregadas por la AFA. El amigo estaba en el cumpleaños. Le fue perdonada una tarjeta roja porque había llevado un regalo muy bueno.

El Turquito, por supuesto, fue el que más tarjetas rojas se llevó.



Los cuatro hermanos: Rina, Cachito, Estela, Alberto.


El Tuquito muestra el vino kosher.



Tarjeta Roja al Turquito.








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