miércoles, 31 de diciembre de 2014

Reflexión en la playa


En la creencia de que tengo sensibilidad masculina y femenina, quiero pasarle este mensaje a las chicas: los globos hacen bramar sólo a los camioneros.
Si aspiran a cualquier cosa mínimamente menos elemental, le conviene saber que lo que disfrutará es el tamaño, sí, pero tanto como la proporción y la consistencia.
Y la belleza exaltada de la juventud será buscada por otro animal que manotea lo primero que ve. Otra vez, si quieren levantar el nivel una décima de grado, entiendan que un poco más sereno, el cavernícola macho empieza a apreciar el estilo con que una mujer lleva todo lo que es la personalidad con que asume sus condiciones y se entrega a vivir. Nada subyuga más a un bruto retocado, capaz de hacer con una mujer un momento que guardarán y les dará de vivir.
Claro que hay chicas que prefieren los camioneros. ¿Por qué no? Es cuestión de gustos.
Y, en todo caso, ¿qué le quita a una chica el derecho de ser camionera?



El rito de Fin de Año


Para las fiestas el tío Jaime llegaba cuando ya estaba la mesa puesta, con los adornos, las servilletas de papel con estrellas federales, la ensalada rusa y el vitel toné, se paraba en la puerta en silencio hasta que todos lo miraban y entonces los contaba, en voz alta y con el índice, "trece, catorce... diecisiete, dieciocho…  veintiuno, ventidós, ventitrés”, y remataba: “se pueden ir todos a la reputa que los parió", y se iba.






Candy Bar




El Candy Bar, en ochava de Durazno y Santiago de Chile, barrio de Palermo.
Seis montevideanos en la vereda, fumando y charlando desde vaya a saber cuándo. Uno es joven, otra es una señora; los demás, hombres de más de medio siglo.
Hay un cartel de ANTEL (compañía telefónica estatal) oxidado. Un día se va a caer.
En el interior ya no está el teléfono que anunció. Salvo tres máquinas tragamonedas (dos en desuso), todo es anterior al fantasma del teléfono. Incluso el perro, petiso, despatarrado sobre las baldosas que le refrescan las verijas.
En un televisor, el noticiero. Al lado mío dos octogenarios analizan y discuten un documento legal. Cada tanto llega alguien y participa. Seguirán con el tema una vez que yo me haya ido.
Hay una foto de Gardel, otra de Zitarrosa, dos de Nacional Campeón, de un automóvil de los años 60 corriendo una carrera. Hay un cuadro artístico de rosas, otro de un negro que baila y otro de un castillo, que semioculta el mapa del Uruguay.
Objetos antiguos, y entre ellos, antigüedades. No se sabe cuál es cuál. Un poco se distingue por la intención. Una lámpara de querosén, una máquina de café, un turboventilador gigante que funciona, una radio que no, un trofeo de fútbol tapado de polvo, igual que las botellas en las estanterías, en un rincón un mazo de cartas dentro de un tarro de plástico amarillo que una vez fue de Crema de Ordeñe.
Me siento en una de las cinco mesas. Alfredo, el dueño, no viene a servirme. Los que quieren algo, se lo van a pedir al mostrador. En un rato bastante largo, se han pedido dos cervezas y una soda.
Un amigo que vive aquí me ha contado, no sin un dejo de angustia, del carpintero que le está haciendo una obra: “carpintero uruguayo: en tres horas, piensa dos y trabaja una”.
Pero no hay embotellamientos en Montevideo. Los chicos juegan en las veredas. Los jóvenes recuerdan en una pared el triunfo de la selección de fútbol contra Inglaterra, en algún campeonato mundial. Se hacen cargo de la tradición de darles a los acontecimientos una dimensión histórica, e inmediatamente melancolizarlos. Las vecinas charlan de balcón a balcón temas de la política. La gente anda en alpargatas o en ojotas, calzados para quien no se deja atropellar por el apuro. Se tarda mucho para ir de un lado a otro. Se camina con tiempo para cavilar. Gran logro, esto que han conseguido los uruguayos.












domingo, 28 de diciembre de 2014

Navidad 2014 en San Nicolás con pasado, presente y futuro de la Familia Lorenzo





Cena de Nochebuena. Paulina, Rosita, Edgardo, Clark, Celia, Anita, Irina.

Gastón con la Olla Popular del Clericó.

Ex chanchito.





Pedro dialoga con Celia. Alba observa.

Anita y su hija Paulina.


Celia, Patricia.

Irina, Marcela, Virginia.
Paulina: "dejá los gatitos acá, que quieren dormir". Alba: "no, no, no, no".

Arriba: Marisa, Ricardo, Patricia, Gustavo, Clartk.
Medio: Totona, Edgardo, Rosita, Milito, Betty, Pipa, Celia.
Abajo: Marcela, Irina, Virginia, Alba, Paulina.

Edgardo, Marcela, Gustavo, Paulina.

Hermosinda, Dalmiro, Emilio y Carmen Lorenzo.

Benigno Lorenzo, padre de los cuatro hermanos de arriba.

Documento de Antonio Borelli, casado con
Rosa Orduna, padres de Luis Borelli, casada
con Emilio Lorenzo. Etcétera.

Árbol Genealógico centrado en el
matrimonio de Emilio Lorenzo y Luisa Borelli
PARTE 1

Árbol Genealógico centrado en el
matrimonio de Emilio Lorenzo y Luisa Borelli
PARTE 2

Árbol Genealógico centrado en el
matrimonio de Emilio Lorenzo y Luisa Borelli
PARTE 3
Carta de Joaquina Alastuey de 1892 a su
hija Rosa Orduna.


sábado, 20 de diciembre de 2014

Relojes


A veces estoy muy arriba y a veces muy abajo. Entre un momento y otro no media nada, o más bien, media la nada, un vacío, un espacio de amnesia, como cuando me dieron anestesia general.

Cuando estoy arriba no pienso, sólo estoy en la acción.
Pero cuando estoy abajo pienso esto que estoy pensando. ¿Cómo podía estar tan bien y ahora tan mal? ¿No es que uno tiene buenos tiempos y malos tiempos? ¿Cómo en un mismo tiempo uno está muy bien a la noche y a la mañana está arrasado por el embrutecimiento, y a la tarde anda con un personaje calzado y a la mañana siguiente el mundo tiene sentido, todo entero?

¿Habré de renunciar a la idea de “mi vida”, a la de idea de “yo” y entender que no soy otro que el que está en cada momento, con cada grupo de personas, con una persona o solo? ¿Y habré de entender que no hay una vida, sino sólo pasajes inconexos?

Cuando tenía 18 años mis viejos me regalaron un reloj. Era como el regalo que sellaba el rito de paso a la adultez. Un reloj que compraron en muchas cuotas, una máquina maravillosa. Mi amigo Pablo, que tiene ese mismo sentido sagrado de un algo a lo que se pertenece para siempre, me preguntó de dónde saqué el reloj tan feo que tengo ahora y le conté que últimamente me he dado a la costumbre de comprarle relojes a los africanos que los venden en la calles y por los bares.
Frente a Pablo terminé pensando qué era aquello de un reloj para toda la vida y qué tenía de disparatado que cada reloj que tengo es uno de una serie que le voy comprando a los africanos.

Uno de esos relojes, además, fue un regalo de otro amigo. Habíamos hecho un trabajo juntos y teníamos encima el dinero que cobramos. Tomábamos un café, vino un africano, nos pusimos a charlar con él, lo invitamos a sentarse, y cuando dijo que tenía que seguir trabajando, mi amigo, a mí: "te invito un reloj".




jueves, 18 de diciembre de 2014

El fin de algo



¿Cómo, si recién llegamos?
¿Cómo que pasado mañana se terminan las vacaciones?
¿Si todavía ni empezamos a ir adonde íbamos a ir?
¿Si no fuimos a pescar, no fuimos a ver la luna a la noche, no nos hicimos amigos de aquellos chicos, no hicimos el campeonato de futgolf, no hicimos la fogata, no caminamos hasta el otro pueblo, nadie se perdió...?

¿Cómo nos vamos a ir ahora, que estamos por empezar?

El fin del bloqueo norteamericano a Cuba


La Cuba de Raúl Castro y los Estados Unidos de Barack Obama anunciaron hoy el desmantelamiento del bloqueo norteamericano.
Antes de enterarme de las noticias sobre Cuba y Estados Unidos, me llegó crudo, como un sopapo sin que te digan aguavá, el discurso de Obama.
Mientras mi desconfianza llegaba a niveles que me parecían cínicos y las palabras "claudicación" y "humillación" me martillaban la cabeza, sentía una emoción muy grande, mezcla de alivio, alegría y triunfo. Ahora veo que mucha gente en Cuba sentía lo mismo.
A esta hora se me ocurre que le cabe a Raúl Castro y a todos quienes experimentamos que Cuba ha sido el mejor país que conocimos, retribuir el pedido de "democracia" y "derechos humanos" con una demanda de acceso igualitario real a la educación, la vivienda, la salud, la jornada de trabajo tan reducida como sea posible, Comités de Defensa de la Revolución en los que los jóvenes se hacen cargo de los niños, desarrollo científico orientado al bienestar de toda la sociedad, posibilidad de que cualquiera que sea bueno en algo pueda cultivar esa capacidad en una disciplina deportiva, artística u otras y la garantía de que todos sus trabajadores puedan alcanzar la suficiente inteligencia y madurez cívica como para generar asambleas en los lugares de trabajo en las que se discuten todas las condiciones laborales, los temas internacionales y los discursos de los líderes políticos.



miércoles, 17 de diciembre de 2014

Danzas Tradicionales para el Bienestar del Cuerpo


La sabiduría de los chinos ha dado a la Humanidad la genial disciplina del Tai-Chi.

La versión del Tai Chi que se sigue en Buenos Aires se llama Po-Gho, practicada también por gente que no se adapta a su edad.








Mak Junior, Chinatown & The Mouth



1. El Tomate

Mi papá me compró un tomate.
Este Tomate lo podés hacer así.






...
:(


Esta es la piel del Tomate.
Llegó Gustavo. ¿Qué Tomate?




2. El Tren

Ahora va a venir El Tren.

Pero cuándo viene, cuándo viene,
cuándo viene, cuándo viene, cuándo viene,
cuándo viene, cuándo viene.

*:¨&%..

*:¨&%..*:¨&%..*:¨&%..!!!!

Este es El Tren.

Se va El Tren.

¿El otro cuándo viene?


3. La Cancha de Boca


Yo soy de Central y de Boca.




Mi papá me compró unos caramelos.



4. La Fiesta de Disfraces



Gustavo se disfrazó de Luchador.

Al otro día yo también era El Luchador.



sábado, 13 de diciembre de 2014

Graciela y sus gatos


¿Por qué Graciela tiene eso que tiene con los gatos, una especie de adicción?
Se pensaría que está muy sola en la vida, pero aparentemente no es así. Tiene hijos, amigas, hermanos, ex marido, nietos.
Sin embargo, está sola en un lugar dentro de ella.
Como si existiera una habitación donde Graciela hubiera vivido toda su vida con algunas personas que eran muy íntimas, que estaban allí cuando ella nació, y esas personas se hubieran ido muriendo hasta que el lugar quedó arrasado por la muerte.
Hay muchas personas en las demás habitaciones de Graciela, pero aquella es donde vive, y allí está sola, como una loca, como alguien atrapado por el demonio.
Ella está viva, pero aquella es la habitación de la muerte.
Está viva, pero del lado de la muerte.
Es la única viva entre los muertos, helada de espanto y de soledad.
Y entonces aparecen los gatos.
Criaturas llenas de vida, que la miran, la esperan, sufren, juegan, la necesitan. Ella puede pasarse las horas observándolos, y eso le llenará el día.
Ya no estará más sola.
Ya su vida no será tan vacía, habrá un pequeño pero vital sentido.
Ya tendrá un motivo para levantarse, vestirse, peinarse, mirarse en el espejo, no dejarse devorar por el abandono.
Los gatos que ahora alimenta la han sacado un poco del pantano de la muerte en que estaba inmersa.
Cualquier ser vivo lo hubiera hecho, pero los gatos quizás son los más aptos para esta tarea, porque lo que Graciela lleva consigo es una nube de la sustancia de la muerte. Con su vitalidad increíble, los gatos pueden asumir esa carga. Tengo una amiga cuyo gato cayó desde un piso 18 y sobrevivió casi sin lastimarse. Imagínense qué regalo de vitalidad para Graciela.
Aunque son tan cautelosos, los gatos son animales muy valientes. Toman riesgos. Con Graciela, van a buscar comida sabiendo que la muerte quizás los ataque. Ellos confían en su talento para evadirla.
Y Graciela está fascinada con eso.



 





miércoles, 10 de diciembre de 2014

Infancia



Estamos viviendo los necios, cándidos, luminosos años de la Infancia en la Tierra, el breve período previo a la adultez en el Cielo.

Solitarios y amantes en el tren


Los dedos del solo.
Los dedos de los enamorados.




La yegua



Las noches le cocinan las tripas con pesadillas atroces.
Noche tras noche.
En su cuerpo quedan las huellas, pero a la mañana su mente no recuerda nada.

Ni siquiera necesito llevar la mirada al rabillo del ojo para saber que tengo detrás de mí la yegua gigante, negra infinito, negra como un agujero negro.
La tengo casi pegada, a un centímetro de mí.
Huelo su aliento brutal, su silencio es una masa de silencio tan maciza como una roca.
Lo más perceptible es su intención, demoníaca, pesada. Quiere hacerme trizas, quiere deshacerme en un amasijo de carne viva.

En un rapto de inspiración giro sobre mí y le clavo las uñas en el cuero caliente y me trepo reptando hasta su lomo, porque al fin de cuentas no ha sido otro el motivo de que este monstruo exista que mi deseo de montarlo para que me lleve no sé adónde, pero donde todos sea maravilloso y desconocido.
Pero cuando estoy allí arriba y la yegua comienza a galopar, el miedo mortal toma posesión de mí y regreso instantáneamente a esta realidad que es como una cárcel que me mantiene enajenado.