viernes, 31 de octubre de 2014

Demasiado apasionada

    De ningún hombre estuve tan enamorada como de usted, Akaki Akákievich Bashmachkin, ni habrá mujer que le esté tan enamorada como estoy yo, ¿por qué me rechaza?

    Es usted demasiado apasionada, Natasha Rostova…





jueves, 30 de octubre de 2014

Con los dientes


Cuando hicimos la Biblioteca de los Pasajeros del Parador Retiro tuvimos claro que para los lectores, entrar en los otros mundos que se crean en ellos provocados por lo que hay dentro de los libros, no es sólo una distracción, una recreación, un entretenimiento,  placer, sino una necesidad.
Igual que la necesidad de abrigarse cuando hace frío, o curarse cuando una enfermedad ataca, o comer algo.

Estos días tengo una necesidad como esa.
Necesito estar con las cosas que algunas personas hacen, particularmente las que hacen porque se sienten compelidas a hacerlo, porque les nace y no pueden refrenarlo, porque haciendo esas cosas son más ellas que haciendo cualquier otra cosa.
Necesito estar con el producto de la necesidad de hacer, que tienen otros.

Hace unos días consulté el I Ching. Con esa exactitud que a veces tiene el I Ching, que asusta con su lucidez punzante, describió perfectamente este momento de mi vida a través del hexagrama 33, La Retirada.
Advirtió sobre el dolor que me causaría y en un segundo hexagrama (al que me derivó la mutación de las líneas) me dijo que no puedo ser pasivo ante el dolor de retirarme: que debo atacarlo con los dientes.
Esto último me desconcertó. Con La Retirada me había acomodado a la pasividad de la resignación, pero he aquí que aparecía una imagen de acción impactante.

Le llevó un tiempo a mi cabeza acomodarse y entender.
Al fin supe que el oráculo se estaba refiriendo a esa necesidad de estos días. Despejar la cancha, preocuparme sólo por dejar que trabajen mi alma y mi cuerpo las producciones auténticas de otras personas: Gaby Ferrari, Marcus Mumford, Philip Glass, Ivana Romero, Michael Nyman, Laura Romero, Teode Lacroze.














miércoles, 29 de octubre de 2014

Chico


Bioy dijo tan bien aquello de “el hombre es hijo de sus circunstancias” —creo que escribió “el hombre siempre es un chico”.
A mí me apura casi todo: el miedo, el hambre, una mujer, las hinchadas que tengo dentro de la cabeza, mi viejo, el deseo, ciertas imágenes de mí, las ganas, la felicidad de otros por lo que hago, el instinto, etcétera.

Pero he aquí que un día creo percibir un latido interno, un compás que no tiene nada que ver con el ritmo que me imponen rodas esas circunstancias.
Lo que me cuesta, entonces, tocar esa música en mi vida. Lo que me cuesta acallar el barullo de afuera (del que, por otra parte, estoy enamorado) y armonizar lo de dentro y lo de fuera.



Algunos sea monkeys desaparecen


No salí aún de la fascinación por los sea monkeys: tirar un polvito al agua y que instantáneamente se formara una familia, el papá rey, la mamá reina, todos sonrientes y relajados, cada uno haciendo lo suyo, que ha hecho en un cultivado y largo pasado, y mirándote. Instantáneamente se creaba un mundo, un reino feliz. No me han quitado la fascinación ni todas las burlas que el revisionismo histórico en los 90 de la Internet le ha dedicado, ni tampoco, y esto es más arduo, la comprobación a los 9 años, de que del polvito no surgió nada, —además— tal como predijo mi padre.
Sólo ahora, muchas décadas después, siento que aflojo la mano en que tengo apretados a aquellos sea monkeys que aún nadan frescos y dueños de su reino, cuando se me ocurre que los amigos instantáneos se convierten, con la misma fuerza irruptora, en ausencias instantáneas y para siempre.






 


Conexión sin datos


No me acuerdo de nada.

Y qué.

No me importa en absoluto.

Tengo conciencia, con eso me alcanza.

¿Qué es esa obsesión de fanáticos de la Biblia de recordar todos los datos? ¿Para qué sirve?

Sólo me interesa recordar algunos detalles, anécdotas, chistes en tanto puntas de las que puedo tirar e inventar la forma del ovillo, sus enredos, sus colores, sus texturas.

Me interesa que haya existido el pasado para poder fantasear. Y en la fantasía pongo mi ética y mi fundamento, y de ella nutro mis planes, y en ella radican, como si en vez de fantasía fuera tan firme como un diamante que ya era como es ahora en el momento en que se formó la Tierra, los pilares de quién soy.

Luego, para entenderse con alguien no son realmente necesarios los datos, ni siquiera razonar. Sólo hay que percibirse y tener conciencia del otro.

Percibirse, me acaba de decir una amiga, es una gran conexión entre las personas.

Las edades fundidas



¿Cuántos años tiene, a qué generación pertenece alguien que escucha y da para escuchar a los demás un tema como este?

Lideran el asunto, pero cada vez son más, las personas que tienen 38 años, y también 15, 24, 46, 52, 31 y 59.
Antes no había adolescentes, y antes de eso no había jóvenes, y dos siglos antes no había niños.
Ahora hay sexalescentes, y hay nenas (sólo nenas) de una edad que está entre la prepubertad y la pubertad.
Siempre las edades han nacido, crecido y muerto.
Pero ahora se están licuando todas. Muchas edades conviven en alguien.

Es irresistible y asusta, y libera.

Y es muy, pero muy fascinante.




lunes, 27 de octubre de 2014

Cierta intimidad


A veces me refugio en cierto sentido de la intimidad.
Algo en mí dicta que corromper la intimidad es algo a lo que uno tiene derecho.
Crearla, por otra parte, es arduo. Uno siente deseos de seducir y ganar a alguien, pero casi siempre sucede que a poco encuentra cosas de esa persona que no le gustan, y no le gustan porque son extrañas, no son íntimas. Uno acaba rechazando un poco a la otra persona.

Pero a veces algo se enciende con ella, y así se sobrelleva la historia, y al final se termina con algo de uno fundido con la otra persona, y entonces aquello que una vez le disgustó o directamente no soportó, empieza a ser parte de lo querido, y más aún, son esas cosas, no ignoradas, no disimuladas, sino por el contrario, patentes, inocultables, las que acaban provocando el amor más irremisible y más puro; es por esas cosas que la otra persona es quien es, y el haberlas odiado y ahora quererlas como se las quiere, esa historia, hacen esa cosa que debe ser profanada, la intimidad.

Lo que se va


La música, un tema tras otro de Bowie, la Eroica que no había escuchado en tantos años, una cantante muy joven de la que jamás había oído, una banda de la que había renegado siempre, las cinco arias que aparecen en momentos difíciles, la banda sonora de la película Powaqqatsi, entera; la música, digo, lava, como lava el agua que se siente pasar sentado en el muelle mirándosela hasta perder todo pensamiento, y como dice Maerose en El Honor de los Prizzi, “What the heck, Charlie, time takes care of everuthung”.


Aunque siempre algo queda.


domingo, 26 de octubre de 2014

Lévi-Strauss viaja en el 68

Odio los viajes y los exploradores. Hace quince años que dejé el Brasil por última vez, y desde entonces muchas veces me propuse comenzar este libro… Desde las primeras palabras, Tristes trópicos se me hizo íntimo, uno de esos libros que a los 14 años uno ha manoteado sin conocer bien de qué se trataba y se ha llevado para leer a un lugar demasiado silencioso en la barranca del río, fuera del mundo, y resultó que uno termina fundido en la historia, y el autor dice tan bien lo que estaba rondando por la cabeza de uno insistentemente, pero uno estaba completamente solo con aquello, porque no había a quién decírselo, ni cómo, porque uno era incapaz de expresarlo, pero he aquí que el autor lo dice tan suelto de cuerpo. Uno habla en la barranca con Claude Lévi-Strauss, se ríe con él, coincide en todo, lo admira. Uno se enamora del texto, de las cosas que pasan, hace propio los pensamientos, al final serán criterios con los que verá el mundo.





Cuarenta años después el lugar en la barranca ha sido reemplazo por los colectivos que deambulan bruscamente por Buenos Aires. En lugar del cielo enorme sobre el río y el horizonte de islas verdes, aquí hay una muchedumbre de cuerpos dentro de una caja de metal que rueda, y alrededor otras miles de cajas de metal, y miles de autos y un macizo de edificios de cemento, un revoltijo de personas que se mueven y se mueven, y un continuo de vidrieras. Y sin embargo, es la misma soledad.

He aquí que voy con mi viejo amigo francés, leyendo sus conferencias de viejito en Japón, reunidas en La antropología frente a los problemas del mundo moderno, que me ha prestado una amiga querida.
Frente a mí, allá adelante, descubro sentado un viejo que es el clon del Lévi-Strauss de la tapa del libro. La semejanza es asombrosa. Me parece un pequeño chiste que me ha sido regalado, tal vez enviado por Lévi-Strauss, o por mi amiga, o por algún ángel ocurrente. Me apena que mi teléfono celular no saque buenas fotos, porque una imagen del libro en primer plano con el viejo en el fondo, con las dos caras exactas, hubiera sido memorable. En cambio, tendré que escribir la escena.
Cuando voy a bajar me acerco al viejo para comentarle del parecido, pero el viejo me rechaza dando vuelta la cara olímpicamente y haciendo con las manos gestos de "¡vayasé!". ¿Qué le pasa? Piensa que le estoy queriendo vender algo. Me sorprendo, un poco, apenas, luego nada.
Sin embargo, el viejo está con su hijo, que pesca algo y me pregunta qué quiero. Le explico nuevamente y al fin se afloja y se ríe, y trata de aclararle al padre. El viejo no entiende aún, sigue con cara de indignado. El hijo ríe, yo lo miro, nos miramos riendo. Bien, eso era todo.

Cuando se están abriendo las puertas del colectivo porque hemos llegado a la parada en la que bajaré, el hijo llega hasta mí para preguntarme quién es el del libro, le digo, no comprende, lo muestro la tapa, le señalo el nombre y dice "ah, como el de los pantalones vaqueros". “Sí, ese mismo”, le digo, y bajo.


martes, 21 de octubre de 2014

El papá de las nenas


Le llevamos el auto para que fuera a San Esteban a buscar a dos periodistas. En el camino Antonio, nuestro guía, nos habla de él. Que es un hombre de 62 o 63 años, que tiene seis hijos, una ponchada de nietos y hasta bisnietos. Además, con su mujer adoptaron hace años un chico, y hace poco adoptaron dos nenas. Dos hermanas, una de ella con problemas de conducta.
Llegamos a su casa, en un barrio pobre. Es una casa chica. En el frente hay una obra de ampliación. Debajo de la copa de un árbol hay un coche viejo, medio comido por el óxido.
El hombre sale con una nena, la despide, sube al auto. Es un hombre común, de pantalón y camisa. Antonio le pregunta cómo anda y él dice que bien, que estuvo trabajando en la obra de su casa.
Andamos y en el trayecto Antonio le comenta que nos había contado de la adopción de las nenas. Hablan del tema, él con mucha frontalidad —sufrieron "abuso", dice Antonio, y él, "las violaron". Cuenta que la más chica tiene problemas porque de bebé la madre no la alimentó. También que tenía un estrabismo grave y la operaron. "Tiene menos vergüenza ahora. Cuando recién vinieron con nosotros tenían mucha hambre. Después se pusieron bien. Crecieron, la más grande se desarrolló".

Es casi bruto. Yo pienso en la casa humilde, pienso que es viejo, pienso en la tragedia eterna que sería para mí, casi para cualquiera de las personas que conozco, tener un hijo con un problema, pienso en lo contento que está, pienso que la nena que lo abrazaba cuando salió de la casa debía ser una de las hermanas, y se me hace un nudo insoportable en la garganta.


viernes, 17 de octubre de 2014

Sordo con ella



Él nunca la escuchó. Ella lo soportó, pero llegó un tiempo en que empezó a pensar por qué debía soportarlo y empezó a hartarse. Al final se mandó a mudar. “Me voy”, fue lo primero que él le escuchó decir.



jueves, 16 de octubre de 2014

Tribu se busca


Los escritores ven en los músicos gente superflua. Les encuentran el aire a artistas callejeros, mezclados en una troupe con saltimbanquis y malabaristas, una raza humana que produce sentimientos, sensaciones y experiencias coloridas e intensas, pero efímeras.
Así yo, que la voy de escritor, me ofusco ante el concepto de tribalismo usado por Arnaldo Antunez, Carlinhos Brown, David Byrne y Marisa Monte, porque pudiendo hacerse con él algo insondable, hacen algo desagradablemente agradable y apenas provocativo.
Yo ando encontrando todo el tiempo personas que no son de mi tribu, y cada tanto, a veces pasan meses y meses, hasta que encuentro alguien de mi tribu.
Y todos esos meses me arrastro solo entre extraños.

¿Qué, no tengo mi tribu? Sí, pero mi destino es salir y errar, buscando alguien a quien, al tocarlo, le siento la piel igual a la mía.


martes, 14 de octubre de 2014

El aire del 27


Durante un tiempo no salí al balcón (bastante alto, en el piso 27) porque me daba miedo. Ayer le conté de ese miedo, que había mantenido en silencio, a una amiga, y hoy salí y miré hacia abajo a pique, a la vereda donde caería un zapato, si me lo sacara y lo dejara caer. Miré y muy poquito después no supe si el piso estaba abajo o arriba y me mareé físicamente. A cualquiera le sucede.






viernes, 10 de octubre de 2014

Derecho a nada


Un boxeador es alguien que entendió que no hay derechos adquiridos.
No tenés derecho a nada
Ni por ser ciudadano
Ni por pagar tus impuestos
Ni por contrato
Ni porque hayas pagado
Ni porque otro se haya comprometido
Ni porque llegaste primero
Ni porque pertenezcas
Ni por ser hijo

No hay derechos, ni mucho menos garantías.

Sólo hay lo que obtenés por prepotencia de trabajo.






miércoles, 8 de octubre de 2014

No es suficiente


En poco tiempo la ciudad se llenó de malabaristas de las esquinas y de los subtes.
Había de dos tipos. Unos eran jóvenes de los 90, globales étnicos, lúdicos, new age, neohippies, descontracturados, contestatarios desde la cultura alternativa. Otros eran pobres, los niños mendigos de siempre, reconvertidos en consumados artistas de destreza asombrosa. La ciudad ganó así un tinte general de circo, con esa cosa emparejadora que tiene el circo, donde los más pobres son los que le ganan a las fieras, a la altura, enfrentan el ridículo y la torpeza.
Hace ya mucho de esa época inicial, quizás 20 años. Pero hace unos días encontré en una esquina un muchacho muy alto, que daba ligeramente el physique du role de los malabaristas por lo flaco, y ciertamente llevaba el uniforme correspondiente, pero no tenía esa fibra que caracteriza a los hábiles, y era demasiado grande. Tenía una panza redonda como una pelota de fútbol y se movía con un atolondramiento que daba mucha pena. Su atuendo de semipayaso enfatizaba su ridiculez. Así estrafalario, aparatoso, se plantó frente a un auto detenido por el semáforo y tras un titubeo largó al aire una muchedumbre de pelotas que se enredaron, entrechocaron y perdieron, haciendo su voluntad sin ningún orden. El alargó desesperado las manos abiertas hacia ellas, como si quisiera atraparlas a todas juntas, y en un instante estaban todas en el piso. Hacia allí se abalanzó, patético. Las levantó, se metió algunas en el bolsillo de su pequeño saco verde que le apretaba en todos lados, meneó la cabeza indignadamente, hizo el amague preparatorio y lanzó al aire, ahora sólo tres bolas. El resultado fue el mismo. Corrió humillado las bolas que se escapaban rondando en direcciones opuestas. Se guardó una bola e intentó con dos. Tampoco tuvo éxito. Las bolas no le obedecían. Trató dos veces más, con el mismo resultado. Finalmente, fracasado, renunció y caminó cabizbajo, sin pedir nada a los automovilistas, a sentarse en la vereda.
Y he aquí que cuando el semáforo volvió a detener los autos, volvió a intentar. Naturalmente, le fue horrible. Pero volvió a la carga todo el rato que estuve observándolo. Y no mejoraba.
No mejoró. Me fui de allí un poco admirándolo porque al fin no abdicaba.

Hoy me quedé otro rato mirando a un viejo, y de a poco me fue haciendo acordar al Malabarista Indeclinable.
Era en una parada de colectivo. La gente hacía la cola desde el poste que tenía arriba el número del colectivo que paraba allí, y el viejo estaba apartado. También miraba el fondo de la calle, como los demás, con esa especie de fe en que el colectivo vendrá si se mira con mucha ansiedad el lugar por el que debe aparecer. Sin embargo, no se ponía en la cola. Era muy, muy viejo. Tenía un sobretodo que le quedaba tan grande que parecía no tocarle el cuerpo, como esos hermanitos vestidos con la ropa de los más grandes. Fácilmente se podía adivinar el menudísimo cuerpo que tenía perdido allí dentro. También tenía unos zapatos muy grandes, y enormes las orejas. Y tenía unos ojitos de mamífero pequeño, sin expresión.
En fin, al rato llegó el colectivo, la gente empezó a subir, y el viejito miraba el colectivo en silencio y no se movía. Pensé que esperaba a que toda la gente subiera, que quizás le molestaba el amontonamiento. Pero cuando empezó a moverse, ya el colectivo arrancaba. Alzó la mano sin mucha convicción y el colectivero aceleró. Se había perdido el colectivo. Perdió el timming, perdió el bondi, pensé.
Otra vez empezó a formarse una cola y él, que podría haber estado primero, se quedó en el mismo lugar, apartado. Ahora la cola llegaba hasta él. Alguien le preguntó “¿está en la cola?”, y él no contestó. La cola le pasó por el costado. Y cuando llegó el colectivo, otra vez esperó a que subieran todos y recién entonces empezó a moverse, con una lentitud exasperante. El segundo colectivero tampoco le hizo caso.
Un tercer colectivero lo miró, lo esperó unos segundos, pero como el viejo se movía tan despacio, que quizás tardaría horas en llegar, arrancó y se fue.
Con el siguiente sucedió lo mismo que los primeros. ¿Cuánto tiempo se quedaría allí el viejo? ¿Estaba loco? Quizás.





martes, 7 de octubre de 2014

No sé qué me gusta más


A una cierta gitanilla
No sé si me gusta más
Hacerle el amor
O hacerle cosquillas.


Entre nos


Dos personas pueden estar frente a frente. Dos primos. Dos empleados de una empresa. Un futbolista y alguien de la hinchada. Dos pasajeros de un tren. Dos personas en la calle.
Frente a frente.
Algo puede pasar entre ellos.

Varias personas pueden estar frente a frente. La profesora y los alumnos. La pequeña familia de cuatro que ha quedado luego del funeral. Los compañeros de la fábrica que comen en la misma mesa. Las chicas que fueron al colegio juntas hace 30 años y se siguen encontrando los jueves a la tarde.
Pueden estar frente a frente y algo puede pasar entre ellos.
Algo que no puede pasar entre nadie más, sólo entre ellos.
Hay algo entre ellos que espera. Ellos pueden abrirle la puerta y permitir que suceda. No se sabe qué es; tal vez amor, tal vez indiferencia, ajuste de cuentas, una despedida, o algo que no tiene nombre.

Claro que las dos personas o el grupo, pueden dejar pasar eso que puede suceder, y la muerte los llevará. Es lo más normal, lo que sucede todo el tiempo.



miércoles, 1 de octubre de 2014

Está todo vivo (cuadros de Laura Romero)



Las criaturas están hechas de células, y las células de pedacitos chiquititos de otras cosas vivas, y lo mismo las bacterias, y los más chiquititos de todos, los virus, y todos esos pedacitos están hechos de moléculas, y las moléculas de atómos, y los átomos de partículas atómicas; o sea que la materia orgánica está hecha de materia inorgánica. Pero María Laura Romero cree que la materia inherte también está viva y que las partículas atómicas son mundos hechos de impulsos de la materia, que crean principios de formas, principios de patrones. Yo creo que 1) está chiflada, 2) tiene razón.