martes, 25 de junio de 2013

El susto celenita


A quien la mira en soledad durante un tiempo, la luna siempre lo asusta. El tiempo se enrolla enajenado y la realidad flota en la extrañeza.
Una noche yo venía por avenida Rivadavia, a la altura de Liniers, miré hacia el centro y vi la luna apenas surgida del horizonte, tan grande que tocaba los balcones de los edificios que la enmarcaban de un lado y otro de la avenida. Me asusté muchísimo, le empecé a gritar que miraran a todos los otros pasajeros, el corazón me golpeaba tan fuerte el pecho que pensé que se me iba a lastimar, y estaba seguro de que había ocurrido una catástrofe astronómica. Tomé conciencia de que nada podía pararla. Supe que era el fin del mundo. Nadie me hizo caso y después milagrosamente todo volvió a la normalidad.
Quedé azorado. Aún lo estoy un poco. No termino de entender que no hubiera anuncio de aquella luna tan imposiblemente grande, y menos comprendo cómo todo siguió igual.