viernes, 12 de abril de 2013

Julián



Espero jubilarme pronto, ya que deposito en aquella época —que no sé si viene hacia mí o si voy yo hacia ella— la capacidad de contar una historia demasiado simple (nadie es culpable de que la historia que le ha salido sea demasiado simple) de un modo que no resulte estúpido.
Dejaré aquí registro, entonces, en espera o procura del futuro, la historia del muchacho, un rubión corpulento, más bien enorme, que conserva la juventud virginal pero ya se acerca a los 40, con los largos cabellos espaciándose y las arrugas de la cara profundizándose. Julián. Julián mira fijamente un pie de su papá, otro gigante, ya patriarca. El viejo rey habla, con su voz de ultrasonido que hace vibrar las cosas y Julián lo escucha, mientras ha clavado sus ojos hermosos, que tan fácilmente se concentran en furia, en el gran pie señorial, en el dedo gordo imposiblemente grande, en su uña del tamaño de una almeja. La uña es de un noble material transparente y muestra una carne rosada debajo y una media luna blanca, perfectamente blanca, hermosa. Parece recién hecha. Es absoluta, esculpida con esmero impecable. Es una expresión emocionante de la salud de un cuerpo. Y sin embargo, el Gran Emperador se está muriendo. Julián viene soportando la decadencia de su padre; no niega su fin inminente, no deja de verlo, escondiéndose asustado, no da la muerte ya por acontecida. Enfrenta el dolor insoportable que vendrá, que está llegando, cuya sombra horripilante ya aplasta el amor. Lo aguanta, pero hay momentos en que su voluntad maciza se doblega, como éste en que observa la salud perfecta de aquel dedo, que sigue viviendo rutilante ignorando la corrupción inmunda que va deshaciendo el resto del cuerpo.
Contaré qué le pasará a Julián cuando su padre finalmente muera. La desazón que le revolverá todos los años vividos, el sinsentido, la desorientación insoportable.
Y luego habré de contar la anécdota boba, el miedo de Julián a padecer la misma enfermedad del padre, la confusión de la historia clínica, Julián llevándose un informe que correspondía a otro paciente, trastornado por el terror a la muerte que devora lentamente, y arrojando su cuerpo por ahí. Tan trágico. Tan estúpido.