lunes, 4 de febrero de 2013

Mirador de los Aviones






Esto es lo que más me gusta de un aeropuerto y muy pocos lo tienen: una sala para ver bajar y subir los aviones.
Que esos monumentos de metal y plástico se eleven hasta el cielo y lleguen desde más allá de las nubes y aterricen a 300 kilómetros por hora sin hacerse albóndiga es un milagro formidable que han logrado los insectos humanos. Es uno de los mayores espectáculos de esta decadente, cruel y mugrienta civilización. No entiendo que no seamos multitud quienes queremos asistir al portentoso espectáculo de cada despegue y cada aterrizaje. En el aeroparque Jorge Newbery sólo hay algunas familias que lo hacen, unas familias muy argentinas y modestas, con mate y chiquitos, en reposeras para la playa, con bizcochitos de grasa, en cueros los hombres y con una radio haciendo picnic ilegal sobre la vereda, obligados a ocupar el espacio público. Nada costaría hacer una confitería con terraza en los márgenes del aeroparque, o en los terrenos sobre el río que está cerca, un parque con gradería o sillones bkf de cemento sobre el césped.
Sólo he visto este mirador en el aeropuerto de Bariloche y en la T5 de Heathrow —y los dos son restringidos, de todos modos, a los pasajeros.