viernes, 28 de diciembre de 2012

Carta de Camilo Sánchez fechada en Buenos Aires, 28 de diciembre de 2012, 4:19 am



Esto no es una tarjeta de fin de año
 
 
 
"La ley de la felicidad, decíamos, pensando en SaintJust, no puede consistir en comparecer ante el mercado de objetos disponibles- Hoy, la catástrofe es el higienismo y la norma: lo contrario de la felicidad. No nos gusta ni el fanatismo religioso, ni el cientificismo, ni el dinero loco, ni la especulación desorbitada, síntomas del abandono de los ideales de la razón. En resumen, tenemos la convicción compartida de que el compromiso político debe ir de la mano con el trabajo, el rigor intelectual y la erudición"
                                                                                       Badiou, o alguno de esos
 
 
 
Es decir, amigo, digo yo, 
que estamos jodidamente fuera de moda
estamos razonablemente locos, vos y yo
un poco ajenos, extraños.
Nuestra erudición además es profana,
                                             de vuelo bajo:
sólo creemos en aquello que nos toca,
que nos despabila
que nos enerva de asco o de anhelo.
 
Y no hacemos cita de la cita
                                   si antes
la frase en cuestión
no nos provoca
una vibración
a la altura
de los omoplatos
o la pantorrilla. 
 
Pero algo juega
a favor nuestro 
              en todo
este descalabro:
nos cuidamos mutuamente para que el otro no caiga
en la torpe distracción de mirar hacia otro lado
 
nos aguijoneamos para no agasajarnos
en el mar dulzón de la comodidad
 
nos esforzamos para estar junto al otro
cuando la complacencia dibuja una sonrisa
                                                   perdonavidas
para decirle al otro
- no
- che
- no jodas
- de veras
y zamarreamos al otro
cuando la voz incierta 
nos llama a dejar todo para mañana,
                                           para enero,
                            para el año que viene.
 
En esa espera inquieta andamos.
Entre un zorzal que afina y que aguarda.
Allí estamos.
En esa hora en que puede atestiguarse
sin resistencias ni enconos,
el gravamen nocturno,
 
              el viejo humo naranja
                           que interroga 
contra la opacidad del sueño.