jueves, 27 de diciembre de 2012

Adiós


Faltan tres o cuatro días para que muera el 2012.

Lo digo con un dolor que nada puede calmar.

El 2012 ha sido un año tan hermoso, y me ha colmado de tantas cosas mágicas que no me alcanzaría la Eternidad para gozarlas como una bestia, a los dentellones, a los gritos, bailando, corriendo como un loco que toca campanas por todas parttes.

Me han pasado demasiadas cosas que me llenaron de tanta vida que no sé cómo haré para morir.

No puedo creer que se termine este año. Que muera este dragón único, atolondrado, tormentoso, necio, irracional, entrañable, noble, generoso, desbordado, siempre caliente, en todo momento impetuoso.

Yo quiero abrazarlo, y tenerlo apretado en la esperanza de que si lo tengo contra mi pecho no morirá.

Lo amo. Ha sido un año magnífico, que me ha regalado volar de un cerro a otro colgado de un cable, en las Serras de Matequeira.

Me regaló Xie xie, ye ye, la obra de teatro que escribimos con Irina en un viaje de regreso de San Nicolás.

Al gran Vicente futbolista, a mi ahijada Elena, ahijada con todas las letras, más allá de ella y de mí, como Manuela.

El reencuentro de mi hermana Anita con su lejano papá -y la tempestad que aquello desató.

El empujón a mi ahijado Gastón para venirse a Buenos Aires y el empujón a Fer para irse a vagabundear por los Andes.

La aparición de Gaona Lugo, Sánchez Miño y Leandro Paredes, y luego Bianchi.

La chance biográfica de que yo pudiera dar un manotazo a la ilusoria antorcha de la chinidad, arrebatar la herencia que se me ha negado, y en el camino hacerme amigo de Ana Kuo y de Carola Kuo, de Teresa Yuan, de Pablo Zhong y de Susana Zhong, de Pablo Chen, de Hugo Wu, de David Wang.

Los cuentos maravillosos que escribieron las chicas del Kaupé, llevadas por Romina y Sole, y la jarana formidable que armaron Natalí y Augusto en el comedor de El Pobre de Asís.

Un fin de semana en Pinamar, unos días en La Barra, una tarde en Rosario, todas las noches.

Los asados y los recitales con los calientes Carabajal en el frío Fin del Mundo.

La exposición de los cuadros de Lo Yuao (nuestro viejo, Camilo).


Los relatos maravillosos de Irina y la obra de teatro de su compañía en el Nacional San Isidro.

El reencuentro una tarde de domingo con Fernanda y Axel, hasta que se hizo de noche en la terraza, y entonces preferimos, sin decírnoslo, seguir hablando en la oscuridad, escuchando nuestras voces que eran las mismas de hace 20 años, más fieles a nosotros mismos que los que somos ahora, una en Francia, otro un académico, otro un disparatado.

El abrazo a los fantasmas de los judíos rusos en los cementerios, sinagogas y caminos de Entre Ríos.

Un día soleado de invierno en el pago de Areco.

La fragua de la redacción de Dang Dai, hombro a hombro con Néstor, el Invencible, bailando con Diego Fiera y Diego Pala, con María Paula, Gasti, Horacio, Leandro (ese madrugón en La Boca, Lean), Marcela, Mariana, Romina, Gustavo.

Una cabalgata por los esteros dentro de la isla del Cerrito, garzas y caimanes, tortugas, pajonales y bagres.

La Navidad leyendo con Irina la Ifigenia Cruel.

Nochebuena con Irina, Nacho y la Negrita

Gastón e Irina curtiendo raíces en el Año Nuevo Chino.

La publicación de La viuda de los Van Gogh.

Mi cumple en la isla, a dos horas y media de viaje, con los amigos del corazón, y en San Nicolás, con los amigos de los últimos y quizás los próximos, 50 años.


Siempre, siempre habré de estar enamorado de este querido, querido, querido 2012.