lunes, 17 de diciembre de 2012

50 años rondando San Nicolás



Mi hermana Anita me hizo una fiesta sorpresa para festejar mis 50 años en San Nicolás. Hizo una movida de amor desplegado y formidable sociabilidad. Rastró y convenció de ir a amigos de toda mi vida.
En el micro que me llevaba desde Buenos Aires, mientras mi hija Irina estudiaba matemáticas, escribí estas líneas.


Voy a recordar algunas cosas de San Nicolás.

Esta ciudad fue siempre para mí mi parentela.
En la casa de Arroyo del Medio y los campos de alrededor estaba el Paraíso.
En el barrio Alto Verde estaba mi tío Horacio.
En Francia 506 estaba la Abuela con Irma.
En la calle Colón estaba Tío Antonio.
En la calle Alberdi estaba Betty, y más allá, Tito.
Había otros, en las calles Guruciaga, Ameghino, en Urquiza, hasta en La Emilia.
Nosotros vivíamos en la calle Alem, en una casa tan grande que después fue una escuela, donde Anita terminó la secundaria —para Anita, el colegio su primer hogar. En un patio tenía una palmera, de la que caían coquitos anaranjados que comíamos. El otro terminaba en un fondo que tenía un árbol de granadas. Allí estaban también los gallos de riña de mi tío Carlos. En esa casa siempre vivíamos dos familias. Allí se celebraban las fiestas, y también se veló a Carlos. A mí me dejó para siempre la dicha de vivir en comunidad.
San Nicolás fue para mí los relatos que hacía mi madre de su niñez con sus hermanos, y luego los juegos con mi hermana y las primeras y primos que teníamos la misma edad: Marisa, Patricia, Alicia, Marcela, Héctor.

Adriana Jambeaut, Benito Bacoñsky, Gabriela Lorenzo, Gustavo Ng,
Fernando Lorenzo, David Cinzano, Anita Ng, Celia María Lorenzo. Patricia Carrere,
Andrea Estigarribia, Alicia Lorenzo y Chiquita Lorenzo.
Les leeré la lista de mis primeros amigos, lista que siempre quise hacer: Raulito Fernández, Juan Delfedele, Guillermo Bistotto, Hugo Gallo, Timmy Tonello, Fabrizio Capriotti. Sólo quedan sus nombres: aunque me gustaría, no me seguí tratando con ninguno de ellos.
Después vino la barra: Micha, Javier Tisera, Alejandro Martínez, Jorge Banut. De esos, ya hay uno aquí (Javier).
Y después, la monada del Industrial —así decíamos entonces, “la monada, los monos”. Mírensé, aquí están: Adolfo Verdara, Fernando Demarco, Pablo Makovsky, Adriana Jambeaut, Celia López, Benito Bacoñsky, Andrea Bellagamba, nuevamente Javier Tisera. Me hace enormemente feliz que hayan venido. Podrían estar aquí Eduardo Orlov, Anita Smigliani, Marcelo Suárez, Marcelo Méndez, Clarita Lamberti, el Colorado Silva, Silvia Monllor, el Negro Correa, Rita Atanes, la Flaca Vinderola, Roxana Obregón, Juan Carlos Madera, Juan Carlos Nuciari, Darío Beltrán, Sergio Rabadá… Y me estoy olvidando de demasiados: Priemer, el Tano Carletti, Ariel Córdoba, Pérez Añaños, el Colorado Oyola, el Chocho Soroeta, Espíndola, Del Pozo, Sacco, Romiti, Civiero, Claudia Lettieri, Sandra Principiano, Sarita Neiret, el Gordo Pujol… Veo una cantidad impresionante de gente, una auténtica monada, un banda de monos en mameluco azul.
También quiero recordar a los chicos del Club Leo, especialmente a Mariel Echeverría. Venía siempre a hablar con nosotros el presidente del Club de Leones, Héctor Civilotti, que era también un dirigente de la Unión Cívica Radical y amigo de nuestro tío Antonio. Civilotti y mi profesor de inglés, el cura Denis Fitzpatrick, me avivaron de lo que estaba pasando con la Dictadura que habían instalado en 1976. El cura había dado misa en San Martín, a un barrio tomado por el ERP. Luego yo charlé un verano entero con él en una sala del Hospital San Felipe, donde estaba internado porque un coche lo atropelló con moto y todo y le hizo picadillo una pierna. Los dos me hablaron de las desapariciones, las torturas, los asesinatos, los robos; me enteraron de la criminalidad de los militares. Era el momento en que yo me estaba yendo de San Nicolás. Hasta entonces, el autoritarismo que regía la escuela industrial y el entusiasmo por la violencia me parecían naturales. Hoy, después de haber visto las masas autoritarias que intentaron la destitución del gobierno democrático de Cristina Fernández de Kirchner en el 2008 en defensa exclusivamente de sus intereses, y este año, con las cacerolas, en defensa de un sistema que privilegia a unos pocos en detrimento de todos los demás, puedo entender que el sustento de aquella Dictadura está intacto.
Sigo con la lista de amigos.
Se sumaron otros cuando vinimos con Fernando Demarco y Pablo Makovsky a hacer el programa el televisión El sueño de la perdiz, en 1989, y aquí están los más importantes: el Chapa Chaparro, Guille González, Mingo Álvarez. En aquellos programas quisimos hacer un aguafuerte múltiple de la ciudad. Su cementerio, su Gaucho Hormiga Negra, su racismo y su identidad cabecita negra, la llegada de los circos, su prehistoria. Pablo Makovsky siempre dice que adelantamos el colapso social y el advenimiento de la litoralización de la San Nicolás posSomisa.

Chapa Chaparro, Javier Tisera, Celia López, Adolfo Vergara, Adriana Jambeaut
y Guiller González. Benito Bacoñsky, Mingo Álvarez, Gustavo Ng, Pablo Makovsky.

Desde fines de los 90 San Nicolás fue la ciudad adonde traía a mi hija para que abrevara en su origen y fuera nieta de su abuela, sobrina de su tía, prima de sus primas, etc.

Un día conocí a Cynthia Riivero, que quería investigar qué pasaba con una ciudad en la que, cuando se cerraba la titánica fábrica que la sustentaba, aparecía una Virgen María. Cynthia me contagió su curiosidad por San Nicolás y así volví a meterme a revolver en mi ciudad, y descubrí otra vez cosas interesantes, como el sistema de red de agua potable más moderno de la Argentina, que permaneció enterrado bajo una villa miseria (y hoy sigue allí, bajo la basílica destinada a ser la mayor de la Argentina), y como el hecho de que San Nicolás fuera el pueblo fronterizo que articuló, en varias décadas fundacionales del siglo XIX, el funcionamiento de un país formado por Buenos Aires y las Provincias.

Pablo Makovsky explica San Nicolás.

En los últimos años esta es la ciudad donde se han ido muriendo mis parientes. Los otros días sacamos una foto de los hermanos de mi madre que quedan. Salieron vitales y riéndose, como siempre, incluso tienen las mismas caras, sonrisas, seriedad, brillo en los ojos, que tienen en las viejas fotos en blanco y negro de cuando eran chicos, pero el conjunto de los hermanos sobrevivientes está abrumado por las ausencias.





Mi hermana me ha obligado a venir a cumplir 50 años aquí.
No he reflexionado mucho sobre los 50 años. Sólo he pensado que ya no soy una promesa. Ya se me disolvió en el aire la esperanza, incluso la fe, en lo que yo iba a ser.
Sólo soy lo que tengo de mí en las manos, hoy.
Patrimonialmente, soy un fiasco.
Pero soy rico en el trabajo de la conciencia.
Tengo una fortuna en amigos.
Tengo el destino abierto, tanto como cuando tenía 26 años.
No sé si esto es bueno o es malo, pero es lo que hay.
Y ya nació el personaje que va a encender el mechero del crematorio. O sea, es hora de que ya vaya abandonando esa amarga, soberbia y autocomplaciente hipótesis de que no hay nada después de la muerte. Empiezo a vislumbrar que después de la muerte empieza lo mejor, el Cielo donde no hay que trabajar ni pagar nada, que me voy a encontrar con el Gringo Pérez y el Bueno Laver y mi tía Irma; que voy a reencarnar en Warre Beatty y voy a jugar al fútbol americano. Que voy a ser una estrella en el cielo, brillando por los que quiero. Y que me apareceré en las sesiones de espiritismo para dar útiles consejos sobre cómo vivir y les diré qué número saldrá en el Gordo de Navidad.

Foto de Elena Makovsky. Gran fotógrafa a los 15.

Pero… todavía pienso pasar un tiempo más por aquí.
Tengo tanto que escribir que no me van a alcanzar otros 50 años.
Además, tengo que ir a la India para meditar durante 22 años, según la videncia de un gurú.
Tengo que ir a pasar un tiempo a los lugares de las personas que considero mis orígenes: China, por mi padre, Vigo, por mi abuelo Emilio Lorenzo, África, por el escritor que más quiero. Estas no son promesas: son deudas.
Y tengo que terminar de criar a mis hijos, principalmente a Irina, a Fernando y a los que están por venir.
Muchas gracias, nicoleños.

San Nicolás, 1º de diciembre de 2012