viernes, 18 de mayo de 2012

La hija



Fue él quien nos hizo acordar que antes de ser papá hacía el espantoso chiste de que abandonaría a la nena en un baldío si le salía retrasada. Recordarnos aquello, sin embargo, fue su única manifestación de amargura porque su vaticinio se cumpliera. Por lo demás, uno sentía que la quería más que a los otros chicos que vinieron, todos normales. En ese amor había ciertamente amargura, pero estaba dada vuelta sobre sí misma, convertida en algo tan profundo y simple como la santidad. Ella le correspondió siempre, y ese amor la nutrió y la hizo sólida y delicada, y buena persona. No es que le faltara maldad, pero era decente y tenía un hermoso sentido de la justicia. A los 23 años se puso de novia con un compañero de escuela. Calladamente estaba exultante, sonreía con su sonrisa entregada a la dicha, no se quedaba quieta, se retorcía las manos. Pero pronto el chico, un picaflor, le dijo que se había enamorado de otra chica. Con su amabilidad y delicadeza infinita, y su fortaleza, ella le dijo “ahora andate de donde estoy. No soy muy feliz con vos en este momento”.
Más tarde le contó el episodio al papá y él la abrazó con toda la extensión de sus brazos, y la apretó como para tenerla abrazada para siempre. Ella se sacudió de llanto un poco y luego se quedó allí dentro.










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