lunes, 21 de febrero de 2011

Crónica del Tercer Taller de Cuentos en el Sanmar


Había un pibe llamado Antel. En su tribu los chicos no se transformaban en hombres sólo porque llegaran a los 18 años, sino que tenían que pasar una prueba. Este Antel sabía desde chiquito que quien no superaba la prueba no podía ser jefe, ni casarse, ni tener armas, ni ir a la guerra. Al fin le llegó a él el momento de hacer la prueba. Primero lo desnudaron (estaban en Tierra del Fuego: hacía tanto frío que el agua de los charcos estaba congelada). Luego los hombres de la tribu hicieron dos filas y le dijeron que tenía que pasar corriendo por el medio y llegar al otro lado. El encaró y se metió entre las filas con todas sus fuerzas, porque ya sabía que le iban a dar patadas, trompadas, palazos, rodillazos y piedrazos, para detenerlo. Si no podía llegar, porque era débil o tenía miedo, no sería hombre.
Le dieron una paliza despiadada. Se cayó varias veces, llegó con todo el cuerpo lastimado, sangrando, con huesos rotos. Del otro lado, lo esperaba el jefe de la tribu, que lo rapó y mandó que tres forzudos lo llevaran a una cueva. La cueva estaba muy lejos; llegaron después de caminar durante dos días. Antel se quedó en la cueva, que era poco profunda y estaba en una barranca muy alta que daba al mar. El viento se metía en la cueva y se llevaba todo lo que había. Si quería ser hombre, Antel no podía volver antes de diez días. Se quedó solo, desnudo y sin algo que comer.
El hambre, el frío, la soledad, la oscuridad a la noche casi lo matan. Un día escuchó ruidos y creyó que los hombres de la tribu habían ido a pegarle. Pero no vio nada y los ruidos cesaron. Sin embargo, esa misma noche escuchó nuevamente piedras que caían por la barranca, hojas que se agitaban y murmullos que no sabía de qué animal eran. Los ruidos le causaron terror. Sintió que cualquier cosa que fuera que los provocaba, llegaría hasta él y lo destrozaría y comería. Quiso correr, pero la oscuridad le impedía ver siquiera el piso. Se quedó acurrucado, lleno de pánico, esperando que llegara lo peor. Sin embargo, cuando empezó a notar que aparecería la claridad del día, se dio cuenta de que ya no escuchaba los ruidos. Poco después se quedó profundamente dormido.
Al despertarse, la claridad del día le impidió abrir los ojos. Cuando finalmente pudo hacerlo, sus ojos vieron antes que él un zorro. Estaba a unos metros, mirándolo con la mirada más fija e inteligente que había visto en su vida. Entonces recordó algo que le dijo el jefe de la tribu mientras le cortaba el pelo: “si tu espíritu es fuerte, atraerás un animal. Si aún es más fuerte, evitará que el animal te devore. Si no te devora, el rasgo más importante de ese animal entrará en vos y lo conservarás toda tu vida. Si apareciera una ballena, podrás obtener de ella la invencibilidad; si un albatros, podrás andar por todo el mundo; si apareciera un puma, tendrás la fuerza; si apareciera un zorro, tendrás la astucia y si apareciera una serpiente, tendrás poder sobre la vida y la muerte de los demás”.
Antel miró al zorro a los ojos. Ambos se sostuvieron la mirada, sin moverse, en silencio, durante mucho tiempo. Al final, los dos tenían la misma mirada astuta, inquieta y autosuficiente, un poco burlona e inclemente. Súbitamente el zorro miró hacia otro lado y desapareció corriendo. Antel miró en la dirección en que había mirado el zorro y al rato vio aparecer a los hombres que lo habían llevado hasta allí. Cuando llegaron a la cueva le dieron de comer y le preguntaron si estaba listo para volver como un hombre. Él les dijo que sí y regresaron.


Ángeles

Esta es la historia que contamos al principio del tercer taller en la biblioteca del Sanmar. Ya habíamos visto a los chicos ese día porque al recibirnos la Directora nos pidió que diéramos una mano para repartir los regalos del Día de Reyes. Los chicos tuvieron regalos de Navidad, Año Nuevo y para Reyes recibieron un par de ojotas y un desodorante.
Mi madre no se priva del gusto de hacerme un regalo cada vez que puede, apelando a todas las fechas, inclusive el Día del Niño –estoy cumpliendo el medio siglo. Regalarle algo a una persona porque es un chico es síntoma de amor que desborda. Es hacer chico, hacer crío, hacer Hijo Mío. Y lo específico del regalo, del don, es que no es prenda de pago, prescinde del intercambio, se entrega sin pedir otra cosa a cambio. Te doy porque quiero, no porque seas un niño y no me importa que cumplas años. Ese desborde es potente en la Directora y es lo que subyace y nutre la conducta de guardias, operadores y el resto de la planta del Sanmar.
Este amor a los críos trata de compensar la lluvia de fierrazos que les ha tocado en suerte a estos pibes, desde nacer en la pobreza hasta la decisión del juez que ordena encerrarlos. El Sanmar opera la tutela que el Estado tiene sobre los chicos a través de un juez. O sea, parte de la Patria Potestad de los chicos la tienen las personas que los atienden en el Sumar: son papás y mamás con decidida arrogación de derechos, para decirle a los chicos “no”, o para regalarles algo el Día de Reyes. Para decirles “sos chico. Sos inocente, en el fondo sos un ángel. Todo humano es un hijo. Todo humano necesita ser querido y es redimido por el amor”.
Los chicos responden como los chicos mimados. Se meten bajo la pollera y se aprovechan un poco y se hacen caprichosos un minuto. Esto se toca con la posición mendicante que saben usar los sectores sociales más explotados, a los que pertenecen los chicos del Sanmar: porque somos pobres, los ricos tienen la obligación de darnos. Nos deben porque ellos tienen y nosotros no. Deben darnos sin que hagamos nada más a cambio, porque lo que tienen es nuestro salario que nos robaron. Estoy de acuerdo con lo que en esta postura hay de sentido de reparación y justicia social, pero creo que en general no se presenta como una actitud revolucionaria. Al contrario, no se reniega de un esquema de pobres y ricos, sino que se quiere ser rico, según las figuras del rico que presentan los que van ganando la batalla de los imaginarios de los personajes de la novela social. El anhelo no es todos iguales, sino que yo, en lugar de ser pobre, quiero ser rico y no me importa que eso requiera la existencia de masas de pobres.
El niño y el pobre, en fin, se encuentran en el ser víctimas. Cuando Sebastián, uno de los operadores, entra con botellas de Coca Cola llenas de agua, uno de los chicos le pide agua, del modo en que se pide en la calle, a alguien que pasa, cualquier cosa: “¿me da una moneda, amigo”, “¿me da la Coca?”, aunque sea “¿me dice la hora?” Sebastián camina hasta el pibe y le da la botella. El pibe la mira, hace una pausa mostrando que la mira y la descalifica, “eh, ¡es agua de la canilla!”


Síndrome

En una charla antes del taller, la Directora nos pidió que hiciéramos la lista de los chicos que queremos que participen. Si pidiéramos a todos los que vinieron hasta ahora, serían diez chicos. Las diferentes experiencias nos indicaron que alrededor de ocho es el número que permite el mejor trabajo; diez son muchos, sobre todo cuando estamos pensando en dividir el grupo de ocho en dos. Pero queremos a todos. Pedimos que venga Kevin, el que me amenazó y juró que jamás escribiría. Nos agarró ese síndrome de descuidar la manada de ovejas obedientes por la única descarriada. Con su hostilidad, Kevin se jugó a pedirnos que lo quisiéramos, más allá de él, pasando por arriba de su rechazo. Sentimos que estaba con las llagas abiertas y no nos resultaba fácil descartarlo.


Johnny, José, Claudio, Juan Carlos, Emiliano

Mencionamos a Johnny; nos cuentan que festejó Año Nuevo con su familia y le explotaron fuegos artificiales encima y tuvo quemaduras graves. Hubiera querido estar en la charla entre el padre o la madre y el juez que tiene el tutelaje.

En el taller, José, como la semana pasada, escribe sin hacer problema. Escribe, irreprochablemente, pero lo hace como un trámite. Paga el precio por lo que provocó que lo encerraran; escribe como quien pica piedras. Es más económico hacer lo que te dicen que rebelarte. No te fajan, no te castigan, no te rompen las bolas. Salís antes por buena conducta. Lo que José valora de sí no lo juega en el taller, sólo da al César lo que es del César. Hemos de tocarle alguna de las cuerdas vitales.
En el taller anterior José escribió la historia del Gauchito Gil a dúo con Juan Carlos. Otro fan del Gauchito Gil es Claudio, quien en los dos primeros talleres no quiso hacer otra cosa que dibujar a su ídolo. Este jueves, sin embargo, se apura a decir “yo escribí también, con José”. Probablemente me esté mintiendo, pero no es una mentira que me esté diciendo que había escrito. Y es un placer que José lo banque con decisión: “¡Sí, en serio! ¡Créanos!”
¿Y qué pasará con Claudio? ¿Habrá que crear una fórmula de redacción asociada?

Juan Carlos vuelve a escribir como una trompada. La consigna es: si te bancaras la prueba del indio, ¿qué animal se te aparecería y qué harías con el poder que habrías ganado? Juan Carlos escribe que tomó el poder invencible de una ballena, volvió al pueblo y mató al jefe que lo peló y a todos los indios que se formaron para pegarle.
Juan Carlos llega más profundamente que José, pero podría ir mucho más lejos. El taller de cuentos debe procurarle la posibilidad, incluso el entusiasmo, de hacerlo.

Paula, una de las directivas, visita el taller. Nos dice que con Emiliano, igual que con Oscar, quien vino al primer taller, se está trabajando la soberbia. Emiliano otra vez se pone por arriba del taller (la había calificado “esta gilada”) y se desparrama sobre la mesa para dormir –aunque cada tanto dice algo o hace un gesto para mostrar que está escuchando lo que se habla. Yo mando: me hago el dormido pero los escucho. Ustedes no saben cuándo estoy conectado. En un momento una inspiración me levantó, busqué un lugar donde hablar en privado y llamé a Emiliano. Vino. Antes de que me sentara, me atajó, “no me vas a psicologear”. Le dije que no lo entendía, le reiteré mi impresión de que es una persona que piensa mucho. Le recordé algo de la historia de la semana anterior, Adán y Eva en el Paraíso. “En esa historia, le dije, ¿sabés qué fue lo que se robaron cuando se comieron la manzana prohibida? Se robaron el pensamiento. Con el pensamiento podían inventar, podían hacer cualquier cosa. Antes eran como bestias, tenían una piedra dentro de la cabeza. Pero después pudieron pensar, igual que vos, que pensás mucho”.
De regreso en la mesa donde estaban todos, Emiliano no escribirá la historia, pero dibujará el nombre de un lugar. Sentiré que está afirmando algo suyo en oposición al taller y a la vez aflojando. Da sin terminar de dar, escribe sin escribir; está resolviendo qué hacer con la contradicción entre las ganas de escribir y la satisfacción de resistir.
Alimenta la tensión algo que sucedió al comienzo del taller. Loreley repartió hojas en que estaban transcriptas las historias que habían escrito en los dos primero talleres. “¿Y yo?”, preguntó Emiliano, con una pizca de angustia. Le explicamos que sólo le dábamos a quienes escribieron y le recordamos que él no había escrito nada, e incluso había roto las hojas que le dimos.

El escenario

En la reunión después del taller, en el cafecito en Baldomero Fernández Moreno y Malvinas Argentinas que ya se nos hizo sede, analizaremos lo que ha pasado con Loreley y Anahí. Llegamos a la conclusión de que hay mucha gente en el momento del taller. Somos demasiados los que no escribimos: además de nosotros, hay uno o dos operadores, dos o tres guardias y a veces llegan personas que desconocemos. A veces somos más los que no escribimos que los que escriben, con lo que la escena se asemeja más a un escenario en el que los chicos representan la obra de un taller de cuentos, que a un taller de cuentos. O al programa Gran Hermano. Paula nos sugiere que integremos a los demás. Debemos encontrar la manera de hacerlo.


Objetos de poder

Elegimos contar la historia del rito de iniciación para enganchar a los pibes hablándoles de sus asuntos: la edad, la iniciación, la soledad, el castigo, el aislamiento y de un objeto de poder. Loreley había notado la fijación con las pistolas. Mientras yo intentaba hablar de algo en el taller anterior ella escuchó una discusión intensa sobre la pistola 9 milímetros, si tenía recámera, cuántas balas cargaba… y en muchas de las hojas que encontramos al final de los talleres, en lugar de texto había pistolas dibujadas. No evitamos que hablen de lo que les interesa, al contrario, los alentamos a que escriban sobre ello, pero llevamos los temas a un nivel menos coyuntural. La pistola es reemplazada en el cuento por el poder que le otorgaría el animal que se aparecería a quien aguantara la prueba de hacerse hombre.


Juego

Me han crecido las dudas sobre la forma del taller. Temo que no sea útil para estos chicos. En charlas con diferentes personas, varias me sugirieron que conduzca a los chicos a algún jugar a escribir. No me convence. Entiendo la concepción de juego como proceso creativo a través del manejo de todas sus variables y alternativas, pero la dicotomía juego-trabajo me parece que va en la dirección de hacer de los chicos unos infradotados; como no pueden o, peor, no quieren encarar un trabajo, entonces se lo presentamos como un juego. Que la actividad resulte un juego, o que los chicos la encaren jugando me parece perfecto, pero que nosotros planteemos escribir como un juego me parece aniñarlos, quitarles responsabilidad y no permitirles entender que escribir es un asunto que revuelve toda la vida de las personas.


Para qué sirve el fuego robado

Venimos diciendo que el objetivo del taller de cuentos, lejos de adaptar a los chicos a la sociedad, lejos de recortarles lo que tienen de propio para que entren en las cajitas previstas, lejos de convencerlos de que deben ser hombres de bien, o sea, buenos negros, al contrario de todo ello, queremos que se roben el fuego. Hablé de Prometeo, de Adán y Eva, del poder ganado de un animal. Pero ¿qué es ese poder? ¿No será otro valor burgués, como usar ropa de marca, ser dueño, hablar idiomas, pertenecer?
¿Para qué les sirve el fuego?
·   En el marco del taller, robar la manzana del Árbol de la Sabiduría les da a los chicos la satisfacción y todo lo demás que se deriva de haber producido: veo algo mío, algo que salió de mí.
·   Eso es escuchado, o sea lo que hay dentro mío es contenido por los demás.
Escribir sirve para sentir que las palabras tienen sonido. Escribiendo se crea música con las palabras.
·   Escribir es manejar un vehículo, volar. Quien se haga de la capacidad de escribir ganará el poder de fascinar.
·   También otorga los múltiples e insondables poderes de la inscripción. De un modo, es hacerse humano, en tanto ser inscripto en la realidad. La inscripción es modo humano de hacer la realidad objetivando la subjetividad.
·   Concede el poder del documento –enorme poder en la sociedad del Registro.
·   Y fundamenta el poder de la comunicación. Bienvenidos al siglo XXI.


Más

La Directora nos contó de una experiencia de talleres de cuentos que terminó con la edición de un libro: nos alienta a seguir. Nos dice que podemos hacer más de un taller, cuando le pregunto si puedo convocar voluntarios en nombre del Sanmar me dice que podemos hacer que los voluntarios pueden venir una tarde a conocer a los chicos y entrar en contacto con su realidad.


6 de enero de 2011




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