viernes, 5 de noviembre de 2010

El gourmet de la tele

En una época le dio a mi madre por poner a la gente ante dilemas como un boxeador muy fuerte pone a un rival mequetrefe entre las cuerdas: “dejá de dar vueltas, decime ya, ¿hago papas fritas o fideos?” Si uno osaba cuestionar la ofensiva, “qué sé yo, sos vos la que cocina”, mi madre montaba en cólera. “¡No! ¡Decime vos! ¡Vos sos el invitado!”. Como ya aprendí, al ser abordado respondo instantáneamente. “¡Puré!”. Claro, no es tan fácil. No es cuestión de decir cualquier cosa, porque inmediatamente después de la respuesta uno tiene que responsabilizarse: “Pero, puré me pedís, si no tengo nuez moscada”. Sin embargo, les aseguro que es preferible ser el culpable de su indignación que convertirse en objeto de su ira.
A la que tiene en jaque a cada rato es a su hermana Tita. Mi madre la cuida porque Tita tuvo dos derrames cerebrales y quedó medio parapléjica. Además de que tiene más de ochenta años. Y demencia senil. “¡Tita, respondeme!”, le demanda mi madre, olvidando que Tita no puede hablar. Sólo hace unas señas, unas indicaciones con la mano y algún sonido gutural. Por ejemplo, cuando una vez mi madre le preguntó “¿Querés ir a ver la televisión o querés ver cómo cocina Gustavo?”, respondió algo así como “ao” y mi madre puso la silla de ruedas de Tita orientada a que me observara. Yo sé que Tita no me quiere mucho y no tenemos ninguna comunicación, pero no soy tan descorazonado, y me apena un poco verla derrumbada y la vida que lleva, de modo que aquella vez se me ocurrió imitar a los cocineros parlanchines y vivaces de la televisión, muy ocurrentes, algo locos, siempre simpáticos, y empecé a relatarle todo lo que estaba haciendo e hilar pavadas en un discurso sin fin. “Ahora vamos a rehogar la carne junto con el pimiento en aceite de oliva, porque se ha puesto de moda el aceite de oliva, ¡carajo!, ahora el aceite de oliva es el jugo de los dioses, cura todo, es lo más rico que sale de la naturaleza, cuesta una fortuna y con sólo mencionarlo ya sos una persona distinguida. Hay que ver lo que puede el aceite de oliva; será porque lo sacan de unas cositas tan chiquitas como las aceitunas”… O: “¡Pero qué pollo tan extraño me han traído! No es un pollo cualquiera este, fíjensé que es un bailarín (hago bailar el can can al pollo). ¡Ay, Dios mío! ¿De qué ballet lo habrán sacado? Es muy preocupante, porque una compañía de ballet no es lo mismo si le falta el primer bailarín pollo. Ahora tengo que untarlo de mostaza, miren como queda. Pero él debe estar acostumbrado al maquillaje. Y si al salir del horno volviera con los otros pollos bailarines, ¿qué le dirían? «¡Primer bailarín, dónde has estado! Seguro que en el Caribe, con ese bronceado tan bonito que tienes». No, no vamos a dejar que se burlen de él, de modo que lo comeremos”. Y así. Vi que Tita estaba de lo más entretenida. Se reía de mi tono y de que me hiciera el loco. Me pregunto qué pensaría de la escena el gato viejo que siempre duerme por ahí, sobre la ropa recién planchada o en lo alto de una alacena. Cada tanto veo que nos mira y me ha parecido que de algún modo nos reprueba. Como sea, con Tita hemos persistido en nuestro encuentro. Cuando llego a la casa, ya mi madre me tiene preparados los utensilios de cocina y en cuanto elijo qué comeremos, aunque refunfuñando, dispone los ingredientes y ubica a Tita para que pueda verme en primera fila.

La Tía Tita y su sobrina nieta Paulina. Muchas veces Paulina ha oficiado de ayudante de cocina, pero debo echarla porque se pone muy disparatada.

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