sábado, 30 de octubre de 2010

Estamos atrasadísimos



Cristina, Cristina,
Cristina conducción,
Acá tenés los pibes
Para la Liberación.

I ain't happy, I'm feelin' glad
I got sunshine in a bag
I'm useless, but not for long
the future is comin' on
Gorillaz

Children wake up,
hold your mistake up,
before they turn the summer into dust.
Arcade Fire


Un líder no es exactamente la persona, los seguidores la trascienden. El líder es un verbo, algo que sólo existe como acción, no un sustantivo, y en cada momento es fabricado tanto por la persona como por sus seguidores y adversarios. Kirchner, el líder, puso a la juventud en movimiento: vamos, muchachos, a la acción, que ustedes tienen el poder de la acción, y la acción genera resultados. Y estamos atrasadísimos.

Esa movilización es necesaria para crear militantes, pero no suficiente. En el funeral de Kirchner apareció de modo patente una masa de jóvenes vibrantes, espontáneos, llenos de energía, que resolvían el dolor de la muerte en la disposición a la acción inmediata y total. Ellos perdieron al líder que los parió políticamente, permitiéndoles superar a sus padres castrados políticos, por el espanto de la dictadura, la decepción de Alfonsín, la desactivación de Menem o esa asquerosidad de "no me meto" y el escandalizarse como una señorita ante un sindicalista. Esos jóvenes son adherentes intensos, simpatizantes extremos, pero aún no son militantes. El desafío del esquema de poder kirchnerista es organizarlos, o sea darles un lugar orgánico de participación, asignarle a cada uno una tarea.
























Muchas de estas fotos son de Rodrigo Néspolo, Emiliano Lasalvia, Aníbal Greco, Miguel Acevedo Riú y Ricardo Pristupluk

Sandra


Estaba aquella escena de Los inútiles, en que los amigos andan por ahí en un auto (debían buscar a la mujer de uno de la barra pero, incurablemente zánganos, convierten la tarea en un ocio) y un Alberto Sordi joven asomado por la escotilla ve unos obreros y les grita “¡Lavoratori!”, se agarra el codo y les hace el ruido del pedo. Y estaba aquella otra, tal vez de Amor, muerte, tarantela y vino, en la que uno de los protagonistas le dice al otro “¡Qué domingo pasamos, eh! Comimos, la pusimos, nos tiramos pedos… ¡qué domingo!”. Nos reíamos con esas escenas, con Sandra. Nos comprendíamos muy bien entendiéndolas. El loco de Amarcord, que subido al árbol aullaba eternamente “¡Voglio una donna!” Eran nuestras cosas, nos unían.
Estábamos en los primeros años de la universidad. En el departamento teníamos con mis amigos nuestra versión de Los Inútiles y siempre había otros amigos y amigas. Una de ellas me recordó estos días que una vez habíamos estado estudiando varios días para un examen final, y entre nosotros estaba Sandra, y que cuando se durmió alguien la ató como a un matambre y nos fuimos.
Una noche que andábamos caminando nos besamos. Aunque teníamos esa edad en que uno se enamora perdidamente, Sandra tuvo la sabiduría suficiente para evitar que fuéramos novios. Lo que tuvimos fue muy bueno, nunca arruinó aquella complicidad.
Años después supe que se había casado. Le pregunté cómo llevaba la estabilidad y me dijo que estupendamente. “Yo jodí mucho de pendeja, Chino”, me dijo, para explicarme por qué, casada, disfrutaba de las virtudes del aplacamiento.
Ahora me han dicho que murió. Uno no sabe dónde carajo ponerse, con las muertes.

jueves, 28 de octubre de 2010

Epitafio para Kirchner

*** Cuando pidió que descolgaran el cuadro de Videla fue la primera vez que como habitante de esta Argentina en la que envejecí viendo presidentes cagones, cobardes, mentirosos y truchos, vi a un tipo que se puso los pantalones y dijo lo que tenía que decir. ¿Por qué? Porque él era el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Vi en situaciones similares a presidentes como Alfonsín o De la Rúa arrugar hasta la médula.
Federico Luppi


*** Es difícil escribir algo sobre lo que siento. Pero sí puedo contarles que trazos, marcas, partecitas de ese material al que llamo mi esperanza sonaban entre las letras que cantan en Kirchner.
Adios Néstor y Gracias por esa esperanza sonora y soñadora.
Gabi Chaia


*** Cómo se nos va la vida, ¿no? En un santiamén. Si valdría la pena vivirla, ¿no?
Pepe Mugica (Si valdría la pena vivirla, ¿no?, puede significar: vale la pena vivirla o, tal vez más al tono melancólicuruguayo, no vale la pena vivirla).


*** Hasta la victoria.
Muchos.


*** Muchos nos venimos viendo hiperactivos, lanzados a cabalgar cualquier empresa, llevados por el entusiasmo de la acción. Así es como funciona el líder y sus partidarios. No importa que éstos sean o no concientes de que están siguiendo el paso e imitando el estilo del líder: lo hacen. Kirchner tenía ese ritmo interno de actividad urgente y lo hicimos nuestro líder emulándolo.
Yo siento que Kirchner me lidera en estos días del duelo de su muerte, cuando la tristeza vuelve una y otra vez, cada vez que me impacienta el homenajismo e inmediatamente pienso en todo lo que falta por hacer. Falta desprenderse de los huevos de serpiente que el gobierno lleva en las tripas: los nudos de interés de sectores poderosísimos de la burguesía. El país sigue siendo de unos pocos dueños, que jugando el juego capitalista desangran al pueblo. Pienso que hay mucho por hacer, y de nuevo inmediatamente pienso que Kirchner estaba acertado al focalizar la superación de este gobierno en la participación de las ganancias.
Los avances en la justicia social son muy sólidos: la tasa de desocupación del 27 % fue reducirla a un dígito, anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, renovación de la Corte Suprema de Justicia genuflexa de Menem, renegociación de la deuda externa y fin de la dependencia del Fondo Monetario Internacional al saldar la deuda que se mantenía con el organismo, Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, Asignación Universal por Hijo, reestatizaciones, especialmente la del sistema previsional. Sin embargo, la gestión de Cristina adolece de convertir esos formidables logros en esperanza. La idea de que los trabajadores empiecen a percibir parte de las ganancias de las empresas, también es clave para superar esta falencia.


*** Después de encontrarle todos los errores a Néstor Kirchner, me quedo con una sola cosa: la asignación universal por hijo. Eso es hacer política. Eso es irreversible.
Juan Pablo Varsky


*** Che gorila, che gorila,
No te lo decimos más
si la tocan a Cristina
qué quilombo se va a armar
Muchos


*** Llamó la atención de quien firma la cantidad de llamados (telefónicos a un programa de radio) del tipo “no soy peronista, no soy kirchnerista, no quiero a este gobierno, pero...”. Ese pero. Ay, ese pero. Cuánto que hay en ese pero de “me parece que me di cuenta ahora, con la muerte, de que no hay nada real mejor que esto, por más que no me guste”.
Eduardo Aliverti


*** Cómo no vamos a reconocer los trabajadores la figura trascendental de Kirchner si él posibilitó que volvamos a discutir salarios y llevó adelante una política de ampliación del consumo masivo. Los trabajadores no sólo recuperaron las conquistas sociales, sino también los derechos naturales del movimiento obrero.
Hugo Moyano


*** Hoy escuché a alguien en la radio que contaba que una vez que lo abrazó Kirchner, que fue un abrazo torpe, medio atolondrado, pero él se sintió como que podía confiar, porque Kirchner se entregaba como para siempre en el abrazo.
Tomate


*** Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás el mejor.
Juan Domingo Perón, sobre el asesinato de Ernesto Che Guevara


*** Despido al hombre que dijo cuando asumió la Presidencia que “todos somos hijos de las Madres de Plaza de Mayo”. Porque soy hijo de una Madre de Plaza de Mayo y me sentí su hermano.
Luis Bruschtein


*** Yo no se dónde ubicarme. Su persona me provocaba furia, pero hoy tuve tiempo de repasar qué nos dejó y rescato que haya tanta gente con sangre joven que esté luchando por lo que yo no luché, y me arrepiento profundamente.
Quise decir que rescato que haya contagiado la necesidad y las ganas de militar y pelear por nuestras convicciones y esperar más del presente que del futuro.
Anita Smigliani


*** Cuando los cuarentones de hoy tuvimos la edad de los jóvenes de los 70, generación a la que perteneció Kirchner, ellos nos parecieron inocentes hasta la ridiculez. Fue cuando Cha Cha Cha se burlaba con tanta precisión. Parte de esa falta de malicia y romanticismo eran fundamentados por el éxito de la Revolución Cubana, la victoria de los vietnamitas y la fiebre incendiaria del mayo francés, y era nutrido por el formidable poder revolucionario de la juventud. La libertad era un asunto vital y el centro de la ingenuidad era una portentosa fe en que la acción que yo puedo llevar a cabo cambia la realidad. Una fórmula tan simple. La fórmula del poder: yo tengo poder. Los jóvenes tenemos poder; los jóvenes queremos la revolución; ergo, los jóvenes podemos hacer la revolución. Lógica perfecta. Práctica, además, porque Cuba y otros eran la demostración de que era posible. ¿Por qué, entonces, a nosotros nos parecía la plenitud de la candidez, y si nos apuran, de la necedad? Porque entre ellos y nosotros medió la dictadura militar, uno de cuyos cometidos fue hacer entender a toda la sociedad, a fuerza del horror ejercido sobre embarazadas, chicos e indefensos, que la aspiración al poder es penada con una castración diabólica. Nuestra generación aprendió bien. No tiene inocencia porque fue abusada por la dictadura militar.

¿Y qué es la dictadura militar? Cuando los militares abandonaron el gobierno, rápidamente se cristalizó la imagen de que la dictadura militar fueron los comandantes que ejercieron el Poder Ejecutivo. Podían ser otros militares. Se apuntó a la Escuela de las Américas y el plan norteamericano para abortar cambios sociales en toda América latina. La imagen se frenó allí. Se frenó con el show de la Justicia y demás. Debieron pasar muchos años para que se empezara a revolver el estofado y para que algunos empezaran a decir y escuchar que empresarios de hoy se ubicaron en lugares clave del poder económico porque eran parte del negocio de la dictadura, y que hay jueces que se arrodillaban ante los militares, y que una masa tal vez mayoritaria del pueblo cimentó con su connivencia la dictadura militar. Ninguno de estos tres sujetos fue enjuiciado por ningún tipo de tribunal. No conozco muchas historias de padres que les pidieran perdón a sus hijos por haber apoyado a los militares. De modo que aquel poder castrador, aquel bisturí que amenaza el ojo desnudo, no se agotó con el Juicio a las Juntas, sino que sigue robustamente vivo.

¿Qué proceso se desarrolló entre el Juicio a las Juntas y el momento en que se empieza a hablar de dictadura cívico militar? Hubo muchas cosas, difusas, sueltas, inasibles, que encontraron canales de cohesión y materialización. Uno de esos canales fue la gestión presidencial de Kirchner, con su anulación de las leyes que disculpaban a los militares, su diatriba rebelde contra el FMI y otros amos naturalizados como inabordables, su construcción latinoamericanista y sus iniciativas redistribuidoras de la riqueza. Kirchner apareció como uno de aquellos jóvenes que no estaba castrado. Asombrosamente, su aparición no fue desde la base, sino que apareció desde dentro de la investidura presidencial. Se convierte, entonces, en vehículo del resarcimiento de su generación y en liberador de las siguientes. Abre el camino, dice: la acción que yo puedo llevar a cabo cambia la realidad. Y con eso Kirchner se convierte en líder.

Un hermoso truco que calma el dolor insoportable de la muerte del líder es intuir que si vivo era corruptible, muerto es invencible, y su fuerza entrará en todos nosotros para que juntos terminemos lo que él empezó. Es un buen truco. Funciona. Más me funcionó ayer y hoy cuando sentí en la gente que fue a Plaza de Mayo mucha fuerza, bastante rabia, pero no demasiada, mucha pertenencia y mucha disposición, sólida y decidida, a entrar en la acción. Extraordinariamente, casi la mitad eran jóvenes de menos de 30 años, y los menores de 40 superaban la mitad.

La oposición deberá tomar en cuenta esta potencia, que puede ser explosiva.

Y Cristina y el esquema del Gobierno tienen el desafío de darle un lugar a cada uno de esos jóvenes. No hay duda de que, bien organizados, serán insuperables y construirán una época de oro, como los jóvenes que hicieron la Revolución Cubana, entre ellos, Ernesto Che Guevara.



miércoles, 27 de octubre de 2010

Perón

“Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás el mejor”, escribió Juan Domingo Perón el 24 de octubre de 1967 ante el asesinato de Ernesto Che Guevara.

martes, 26 de octubre de 2010

Muerte de Tita

La Abuela Luisa.

Murió finalmente Tita. Cuando llegué ayer a la casa de velatorio, la misma en la que habíamos velado a sus hermanas Irma y Chela, Betty me contó que al llegar con Tita unas horas antes, “había un loro volando por acá arriba, meta gritar”. Toda su vida Tita amó los loros. Cuando, después de su vida en Buenos Aires, que incluyó también una vida en Estados Unidos, volvió a vivir a San Nicolás, se alojó en el departamento de su mamá. Eso era completamente natural, porque la familia Lorenzo tiene un parentesco puro y nadie pierde el lugar en la casa de su madre. En el departamento de la calle Francia, Tita vivió con su mamá, para nosotros La Abuela Luisa, y con Irma. Había allí un jaulón con cotorritas australianas que criaba mi abuela. Las cotorritas solían tener pichones, y así las había celestes, amarillas, marrones, verdes y blancas. Eran una versión muy fina, como de porcelana, de los loros, con sus suaves colores, su tamaño delicado, sus chilliditos graciosos. Eran la versión de los loros que agradaba a La Abuela Luisa, una mujer que disfrutaba la decoración discreta, el buen gusto y la mesura.
Cuando murió La Abuela Luisa y Tita e Irma quedaron solas, muertas las cotorritas fueron reemplazadas por catas, unas cotorras menos elegantes, mucho más escandalosas, agresivas y desaforadas. Las tenían de a dos y especialmente cuando llegaban visitas las “Pepas” mostraban cuán revoltosas y maleducadas eran. Como las cotorritas australianas habían sido de La Abuela Luisa, las Pepas eran de Tita. Gritaban sin control, sobrevolaban el comedor de los cuadros a las cortinas y en mitad de sus vuelos daban arteros picotazos a los cueros cabelludos de los invitados. Betty contó un diálogo que tuvo con una de las Pepas. “Yo le decía «A Irma no se la pica», y la Pepa, caminando en círculos arriba de la mesa, compadreando: «Tita noselepica, Tita noselepica»”. La única cosa en este mundo que lograba amedrentarlas eran los repasadores, usados hábilmente por Irma. Las Pepas iniciaron su guerra contra aquellos seres terroríficos y con el tiempo los empezaron a vencer. Betty contó que ella vio cómo las Pepas escondían los repasadores debajo de un mueble y su hermano Ricardo refirió que la victoria final fue cuando lograron meterlos dentro del jaulón, que Tita dejaba abierto y dentro del cual nadie osaba meter la mano. Las Pepas fueron unos personajes muy famosos de la familia Lorenzo aquellos años, y ciertamente, par a par con Tita, los más incorregibles.

La decadencia de las Pepas fue originada por el primer derrame cerebral que volteó a Tita y la dejó dependiente del cuidado de Irma. Para cuando Tita tuvo el segundo derrame las Pepas ya no eran parte de este mundo. Luego murió Irma y Tita pasó al cuidado de la hermana que aún no ha sido mencionada aquí, Celia. Tita fue mudada a la casa de Celia, más grande que el departamento. Pasaron dos o tres años más de silencio, hasta que apareció un loro. Ya no era una graciosa cotorrita australiana, ni una mediana cata, sino un tremendo loro grande como una gallina.

A propósito, hay un detalle que no debería omitir. El abastecedor de loros en todas sus versiones fue siempre el mismo: Ricardo, otro hermano. En esa familia de parentesco infantil, todos disfrutan de los animales de la misma forma. Los festejan.

Ricardo fue no sólo el proveedor del loro grande, sino el autor de transformar una caseta de tubos de gas en desuso en una jaula magnífica, tan grande que fue un ambiente más agregado a la casa.

Ese animal se convirtió en fugitivo, pero inició la era de los grandes loros. Hace un par de años encontré otro loro, de extraños colores graves. Mi madre dijo que se llamaba Alpargata, porque “habla tanto como si pudieras una alpargata adentro de una jaula”. El animal, en extremo retraído, siempre asustado, desesperado por escaparse, no era del afecto de nadie, porque lo que se quiere de los loros es aquella personalidad extrovertida y ocurrente que los hace animales locos de los que puede esperarse cualquier cosa.

Hace unos meses se incorporó otro loro más, de los que tienen la punta de la cabeza amarilla. Algo ensimismado al principio, con el tiempo fue remontando su condición de loro hasta parecerse cada vez al loro tanto tiempo deseado. No sólo mostraba el repertorio con el que venía, “¡gordo!”, “¡pasála!” (Celia entendió que venía de una casa donde unos chicos jugaban al fútbol), risas varias y ladridos de perro, sino que empezó a incorporar las palabras que le enseñaba Celia, “qué lindo lorito” y la canción de Rafaella Carrá “Pedro-Pedro-Pedro, Pedro-Pé”. Era el loro que Tita había querido desde las decorativas cotorritas australianas. Aquí estaba. Y él pareció entender el asunto porque comenzó a imitar a cada una de las perras, a los gatos (Anita, hija de Celia, llegó a identificar que el loro imitaba el sonido de dos gatos en los prolegómenos de una pelea), una infinidad de frases humanas, el despertador del celular del hijo de Anita, Gastón), largas melodías silbadas. A Tita le divertía mucho escuchar al loro burlarse de Celia cuando retaba a su perra Pupi, cada vez que Pupi atrapaba un gato para darle su merecido. “¡Pupi! ¡Pupi! ¡Laputacarajo!”

En fin que Tita tuvo, en sus últimos días, el gran loro soñado. Una realización. Celia disfrutaba mucho esa pequeña felicidad y apoyó el jaulón del loro contra la ventana junto a la cama donde Tita debía pasar todo el día. Tita lo escuchaba y lo miraba, y el loro hacía su show. Su última morada en este mundo, como dijo alguno, fue una habitación con vista al loro.



* * *



Los hermanos de Tita fueron catorce. Tita ayer marchó a reunirse con la Bicha, Milo, Benigno, Eglae, Coco, Tito, Irma y Chela. Los que quedan vivos estuvieron todos en el velorio y el entierro de Tita: Horacio, 85, Edgardo, 78 (con Rosita), Betty, 77, Celia, 70, Ricardo, 67 (con María Delia), y Luisito, 65. Como dijo Luisito en el cementerio: vamos perdiendo 9 a 6.



* * *



El cuerpo de Tita fue depositado dentro del templete que lleva el título “Familia Lorenzo Borelli”. El templete fue un proyecto de Irma, concebido y ejecutado en la época de las Pepas. Es una especie de pequeño pabellón de nichos privado; aunque contempla espacio para diez cajones, desde el principio Irma y Tita se peleaban porque las dos querían el mismo lugar (creo que arriba, a la derecha). Irma murió primero, pero ninguna de las dos ocupó aquel lugar. En el entierro esta mañana Horacio hacía cuentas de cuántos lugares quedaban; Luisito se dio vueltas y dijo “yo paso, gracias”.

El cajón de Tita fue dispuesto pegado al de Chela, como para que duerman muy juntitas en ese frío y esa quietud aterradora del cementerio.



* * *



En el cementerio no percibí un sentir muy hondo. No se escucharon llantos sino esa tristeza amansada pero incurable de cuando muere alguien que padeció mucho tiempo una enfermedad. Todos los que estábamos allí tuvimos para ese momento más de diez años de preparación, desde que Tita tuvo el primer derrame cerebral.


Frente al Templete, Edgardo y Betty. Semioculta, Chiquita.


* * *



Uno de los momentos en que temí con mi sentido más realista la muerte de Tita (y estoy seguro de que estuvo muy cerca del borde), fue la tarde en que depositamos al cadáver de Irma en el mismo lugar. La congoja fue entonces desgarradora, porque todos esperábamos, algunos necesitábamos, que Irma siguiera muchos años más, hasta hacerse una viejita muy chiquita y muy santa, pero enfermó y murió en pocas semanas. Entonces sí hubo llantos que rompieron el silencio desamparado. Frente al templete Tita, en una silla de ruedas que odiaba, gritó “¡Irma!” y le vi una desesperación tan inhumana que pensé que estallaría.



* * *



Muchos hemos sentido que teníamos verdaderamente razón al entender que la simpatía de Tita con los loros era por la maldad. Nada más malo que un loro dando un picotazo a un endeble dedo con ese pico terrorífico que tienen. Y nada más malo que un sermón de Tita. Por otro lado, todos deberíamos reconocer que lo de Tita no era auténtica maldad, sino su rabia desatada. Cuando le tenía bronca a alguien, nada se podía hacer para que volviera a tenerle afecto. Durante años, cada vez que se refería a cierta persona, cerraba un puño y decía “me dan ganas de darle un piña y ¡hacerle volar ese diente solo que tiene ahí” (era cierto, la persona en cuestión tenía un solo diente en las encías superiores). Irma quería civilizar a Tita cada vez que la escuchaba decir esto, pero no podía porque le agarraba mucha risa. Además, como el resto, sabía que Tita tenía razón.



* * *



Tita decía las cosas más tremendas de frente, se las tiraba todas encima a cualquiera, sin importarle en absoluto las consecuencias. Y no decía cualquier cosa; rebuscaba en el otro su defecto más oculto y peor, su miseria más defenestrable. Y siempre acertaba, como acertaría al diente único de aquella persona a quien miraba fijamente el interior de la boca mientras hablaba. A una le decía “¡tula!”, a un portero que veía cómo Irma cargaba una valija y no le ofrecía ayuda, “¡Martín! ¡descomedido!”; a uno “vos sos un vividor”, a otra “lo único que pensás es en lo que vos querés y los demás no te importan una mierda”; a otro “¿no ves, zonzo, que ella tira para su familia?”. A otro, “sos un boludo”. Todo eso, a personas con quien uno no osaría romper, o por lo menos no por decirle una verdad. Ella, en cambio, no tenía problemas.

Muchos, si no todos, teníamos un miedo bárbaro a lo que nos podía decir e indefectiblemente, tarde o temprano, nos decía.
Tita con Isabel, su ahijada muy querida.

Además del dolor de escucharla, el efecto de lo que decía era también cierto tipo de agradecimiento, porque de alguna manera su lonjazo en las costillas te liberaba. Generaba una dependencia, que no creo que fuera por simple masoquismo; Tita no hería sólo porque fuera mala, no laceraba sólo por dañar, porque en su actitud, que incluía el riesgo de que uno no le hablara más en la vida, también te quería mucho. Hasta se podría arriesgar la idea de que su maldad era la manera en que su carácter tremendo le permitía querer.



* * *



Lo fuerte de Tita era su temperamento. Era explosivo. Tita embestía con decisión, la porfía y la temeridad de un carnero y con la lengua filosa de un loro. No tenía miedo a nada. Muchos celebramos la nobleza de ese tipo de bravura, su desprecio por toda mesura, ese fundamentalismo pendenciero. Muchos creemos que de esa manera la vida vale mucho más ser vivida.

Después del cementerio. Luisito, María Delia, Edgardo, Celia, Anita, Rosita, Gustavo. Ricardo,Gastón, Paulina.


* * *



Hubo poca gente en la casa de velatorios. Mientras viajaba a San Nicolás creí que serían esos funerales a los que concurre la mitad del pueblo, pero debí entender en el lugar que habiendo durado tantos años, Tita ya no tenía muchos de los suyos que fueran a despedirla en esta orilla del río. Fueron sus primos Pipa y Milito Cándido, Maruca, Mario y Nilda Pesoba, Chichi Borelli, Daniel Soulé y otros que no reconocí. Estábamos un puñado de sus sobrinos: Marcela, Alicia (con David), Chiquita (con Miguel), Carmencita, Patricia, Héctor, Anita, Andrea, María Eugenia. Incluso fueron sobrinos nietos: Manolo (con Magalí; noticia en el velorio: está embarazada), Paulina, Gastón, Giuliano, Luisina, Andresito.

Con cada uno, grandes y chicos, Tita tuvo una pequeña historia. A cada uno Tita le dijo algo picante como la ortiga y más de uno quedó dependiente de la relación con ella.
Retrato de Irma en la cómoda de la habitación de Tita.

Rosita, la mujer de Edgardo, dijo: “a cada uno Tita le dio algo importante”. Es verdad. Ahí estaba Héctor, sin ir más lejos. Tita lo recibió en su departamento cuando Héctor estaba cayendo en picada luego de la muerte de su papá. En el departamento apenas cabía Tita, pero no tuvo problemas en alojar a Héctor por el tiempo que necesitara para recuperarse. (Es cierto que un par de cosas le dijo). Con soberbio sentido de la justicia Rosita recordó que cuando ella y Edgardo se habían mudado a Avellaneda y Edgardo trabajaba todo el día, “la que me ayudó con las nenas fue Tita. Yo estaba sola allí, era la primera vez que salía de mi pueblo y no sabía nada. No sabía muchas cosas de criar a los chicos, y Tita me enseñó mucho”.



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Muchos de los que estuvimos en el velorio hemos tomado distancia de los ritos. Algunos estamos por su abolición total, otros quizás estamos de vuelta y los reivindicamos, luego de haberlos negado. Pensamos que los ritos permiten dejar el pasado atrás, nos unen como grupo y son una manera de marcar una vida que de otra forma se transformaría en una rutina indiferenciada. Lo cierto es que pocos a esta altura sienten interiormente la condición sagrada del rito. Frente al templete, varios nos resistimos a la idea de que nuestro cadáver fuera depositado allí dentro. La opción cenizas al viento va ganando popularidad también en esta familia en que los muertos son tan importantes como los vivos.



* * *



Pregunté qué habría que hacer con los recuerdos de Tita que he mantenido en su departamento. Allí hay cartas y viejos regalos guardados sin usar, con tarjeta de dedicatoria y moño. Tita era una romántica incendiaria. Quizás le entregó al amor toda su ilusión, pero el amor fue miserable con ella y le pagó con tibieza, mojigatería y una especulación taimada que no eran dignos de ella. Un gallego charlatán y un galán maduro llegado de Letonia revolotearán en la memoria de algunos.


Joven Tita.


* * *



Tita podía haber muerto en el primer derrame cerebral. Dos factores la mantuvieran viva, siendo que cualquier otra persona, o incluso un caballo, habría muerto. Por un lado, estaba esa incorregibilidad que la hacía intratable. Tita con neumonía: Irma buscándola por todo el departamento. No la encuentra, porque Tita está en camisón, en el balcón, con un frío de acero: fumando. Otra: Tita en la clínica, al día siguiente del segundo derrame. El médico, un jovencito muy predispuesto, le ha dicho “abuela, tiene que dejar el cigarrillo. Lo que le pasó fue por fumar”… y le suelta una perorata de diez minutos. Al final Tita le dice “no soy tu abuela”. Más tarde Irma ha salido al pasillo a charlar con alguien y siento unos golpes de animal en la habitación: Tita, la abuela con un derrame que debía impedirle caminar hasta que completara seis meses de rehabilitación, se ha parado, ha caminado hasta el baño, se metió, trancó la puerta y encendió un pucho. Los golpes son porque se le ha prendido fuego el camisón y no puede abrir la puerta.

Estaba, entonces, esa testarudez de mula. Por otro lado, en los diez años tuvo en Irma y en Celia a dos enfermeras cargadas de experiencia y talentosas, que además asumieron para Tita el lugar de la hija que cuida a la madre. Pocas reinas tuvieron el cuidado de Tita.

Cuando murió Tita, estaba con ella Chiquita, la hija de Horacio. En el velorio Chiquita cuenta pormenorizadamente los instantes finales. “Rabió hasta el final”.

Celia se había ido veinte minutos antes. Se reprocha haberse marchado. Dice que Tita pasó una mala noche. “Varias veces me preguntó quién era yo. Le decía que era Celia y no me creía. Luego me miraba fijo un rato y entonces me mandaba que me fuera, «¡andate a la mierda!». Hasta el final fue así”. “La última vez que la vi fue cuando la saludé desde la perta. «Chau, Tita, hasta luego», le dije, y ella por toda respuesta me hizo burla” Celia se ríe de esto. Se me ocurre que a su manera maníaca rabiosa, Tita eligió evitarle a su hermanita el espantoso momento de su muerte.



* * *



Durante el día de velatorio la cara de Tita cambió. Al principio era una Tita muy consumida y al final estaba muy parecida a La Abuela Luisa. Sin embargo, no cambió su expresión. Tenía el ceño fruncido, ese enojo de toda la vida. Pero también tenía su amor sin medida. Y había algo más. No estaba en paz. Más bien tenía la expresión de quien es vencido en una pelea. Tita peleó con la muerte una lucha total. Peleó desde el primer derrame cerebral —o quizás desde antes; quizás desde que vio a su mamá sufrir con la muerte de su primera hija. Nunca se resignó a ser una discapacitada. Durante diez años la muerte estuvo martirizándola para llevársela y ella, con la ayuda de su temperamento indomable y sus dos hermanas, resistió. Nadie puede decir que no dio todo hasta el último suspiro. Tita fue pura vida.

Entre tantas cosas que nos dio, nos deja esta última lección.

viernes, 22 de octubre de 2010

Decálogo de Horacio Quiroga para escribir cuentos

I : Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chejov— como en Dios mismo.

II : Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.

III : Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.

IV : Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.

V : No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.

VI : Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: “Desde el río soplaba el viento frío”, no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.

VII : No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.

VIII : Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.

IX : No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.

X : No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.

domingo, 17 de octubre de 2010

Un paso adelante



El año que viene hay elecciones. Naturalmente, queremos una propuesta superadora. Nos entusiasma un afiche que vimos en una estación de tren perdida en Matheu: habla de participación de las ganancias. Y encontramos el respaldo, qué cosa, en Perón: “Yo no entiendo una juventud que no sea revolucionaria. Ese es su mérito. La juventud quiere formar una nueva sociedad y debemos aceptarlo”. Perón, así, vuelve a liderar, a desafiar una superación. Dice: “Al que intente la solución del problema argentino, le queda una disyuntiva muy simple: o se decide por el grupo oligárquico capitalista o por el pueblo.”

sábado, 16 de octubre de 2010

Festejo de la Virgen de Urkupiña en Buenos Aires, 2010





A1



A1 / Disfruto mucho de lo que es rotundo, como esta festividad de la Virgen de Urkupiña que se hace cada año en Buenos Aires. Es rotundo porque los bolivianos son rotundos. Suculentos. Y muchos, en Argentina. La fiesta se hace en varios lugares del país. En Buenos Aires desde se hace en el Bajo Flores. No sé por qué se hace en octubre, siendo que el día de la Virgen de Urkupiña es en agosto. Dicen que en un agosto del principio de la colonia la Virgen se le aparecía a una pastorcita. Cuando padres y vecinos fueron a ver la Virgen, ésta se pedió de vista porque subía al cielo. “¿Dónde está?”, preguntaron, y la niña respondió "ork'hopiña, ork'hopiña": ya está en el cerro.

También dicen que la Virgen mandó a la niña llevar piedras a su casa, y al llegar se habían transformado en plata. Como dije, fue durante la época colonial. El Sumaq Urqu, el Cerro Rico de Potosí, era la mayor fuente de riqueza mundial.

Pero la pastorcita y su Virgen ocurrieron en Quillacollo, muy cerca de Cochabamba. Los tres días de festejo que se hace en ese lugar son portentosos, comparables de algún modo con el carnaval, del que toman los trajes, las comparsas, las morenadas, la exultación de comidas y colores, la orgía de muchedumbre. Hablan de diez mil bailarines y medio millón de personas.

En el Bajo Flores los números son más modestos, pero la celebración es la mayor festividad religiosa.


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A2 / Puedo escuchar morenadas como se las toca en estas fiestas: eternamente. Y soy intolerante con la música; si un pibe o una piba ponen cumbia en el celular en el tren o el colectivo, se los hago apagar, pero las morenadas me producen esa cosa extraña que causa la música: el tiempo es indispensable, como en la literatura y al contrario de las artes visuales, pero a la vez hay sólo el presente.

También me gusta que estos músicos se vistan tan a la antigua, casi haciendo el ridículo. En Bolivia, uno de ellos se enojó porque lo fotografié y me corrió. Uno igual a él, en cambio, este año me mostró desde su lugar en el desfile, un CD. Entendí que lo vendía, le dije que sí con la cabeza, corrió, y sin dejar de tocar la gran tuba, por arriba de las cabezas de la gente que cercaba la pista, hicimos la transacción. Ahora tengo morenadas para escuchar para siempre desde un CD.



A3 / Suculento para Bolivia es: una sola pieza. Las cosas son muy definidas. Nadie tiene dudas. Es o no es. Las mujeres, son mujeres…


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A4 / …Y los hombres muy hombres.
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A5 / No recuerdo si lo mencionó Lévi-Strauss: las ferias ofrecen felicidades que nacieron brillantes cuando éramos chicos y aún están vivas. Este hombre está preparando un pote de raspadura de hielo con algún saborizante, ¿cuál sería el impedimiento de comprarse un helado en cualquier momento? El sabor de esta golosina en la feria no es el mismo.


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Llamo la atención sobre un par de detalles: la camiseta de Boca del pibe y de Rosario Central del hombre (en una foto anterior ya había aparecido un pibe con la camiseta de Argentina), y la máquina de raspar. Es del estilo de una máquina de coser y no se usa en el resto del país.



A6 / Las mujeres, muy mujeres; los hombres, muy hombres. Hembra y macho. Y los trajes son magníficos. El asunto comunitario grita en el asunto de los trajes. Para bolivianos y argentinos hay vestuario importante para las fiestas familiares (bautismos, cumpleaños, casamientos), pero los argentinos ya no tenemos una festividad para la que nos preparemos concentrados en la ropa magnífica que usaremos.


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 Ahora bien, estos trajes hechos para celebrar a la Virgen de Urkupiña, no me parece que sean para ser exhibidos a los argentinos. Esta fiesta es de bolivianos para bolivianos. Quizás haya más de cien mil personas en las cinco cuadras abigarradas de baile, puestos de comida y puestos de venta de todo, y entre ellos se ven poquísimos descendientes de europeos, los indudablemente descendientes de europeos que abundan en el resto de la Buenos Aires que en 1910 tenía ocho italianos nativos cada diez habitantes.

Sin embargo, voy a problematizar un poco este detalle. ¿Qué es boliviano? Se podría decir que el origen de muchas personas y costumbres es boliviano, pero todo lo demás es argentino. Es decir, caben términos de la discusión por el ius sanguinis, pertenencia a un lugar por filiación, y el ius soli, pertenencia por nacer en un lugar. Si la celebración tiene origen en Quillacollo pero se hace junto al club San Lorenzo de Almagro, ¿es boliviana o argentina?




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 A7 / Puras mujeres, las bailarinas bailan con altos tacos. Es un rasgo penoso de la fiesta, porque parecen sufrir muchísimo con esos tacos ingobernables, nada ergonométricos y que, por tanto y muy razonablemente, las chicas no usan ningún otro día del año. Pero este día los usan diez horas, y bailando. Son parte del disfraz. Se los padece como se padecen las estructuras de los trajes o el calor agobiante si toca un día caluroso. No hay que olvidar que la celebración de una deidad no puede carecer de un aspecto ritual, y por tanto altamente artificioso.



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A8 / No es sólo desquitarse comiendo las golosinas, sino que haya cantidades infinitas de golosinas.











A9 / Todo es golosina. La comida es fiesta. La gente se zampa los colores extremos, los sabores extremos y la extrema excentricidad de lugares de Bolivia que los argentinos no conocen. Sobre las papas, en brochette, anticucho: corazón de vaca en tiritas.




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A10 / Los jóvenes escandalizan a los mayores. Estas polleritas son un escándalo para las señoras que se cubren como viudas eternas, como afganas, herméticas, pura reserva hosca como son. Estas bombachas a la vista de los borrachos lascivos y los viejos verdes, son signo de sólo una cosa: corrupción. Son el anuncio de la decadencia. Tal vez son la tinellización de la esencia boliviana. Pero, ¿por qué están estas jóvenes bailando aquí? ¿Por qué están hoy en esta fiesta los muchachos que dicen “chabón”, “vieja” y “fiera”, como los argentinos más recalcitrantes? Chicas y chicos escandalosos renegarían de esta fiesta, la ignorarían y andarían por ahí, haciendo lo que hacen sus amigos argentinos. Sin embargo, estos están aquí —ellas con esos tacos imposibles.



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A11 / Habla a Bolivia por menos de 70 centavos. Las cuadras en que se despliega la fiesta arrancan de la villa miseria del Bajo Flores, la Uno-Once-Catorce, le dicen en el gobierno, con alta concentración de inmigrantes bolivianos. Escuché decir que los bolivianos fueron los colonizadores de la villa y que ahora está copada por peruanos que fueron militantes de Sendero Luminoso y aquí se dedican al narcotráfico. También escuché que abundan los talleres de costura clandestino, en los que trabajan familias traídas de Bolivia esclavizadas. Y que desde la devaluación de la moneda argentina hace diez años, la villa funciona como una escala entre Bolivia e Italia.

Pensé que la celebración sería la fiesta de un nosotros, no sólo boliviano, sino más específicamente de la villa miseria, pero muy temprano pude comprobar cuánto me equivocaba: donde tomé el colectivo, a media cuadra de mi casa, muy lejos de la villa, subieron siete bolivianos. Fue gente de toda la ciudad. Luego ví que había comparsas que había llegado de Morón y otros lugares remotos.



A12 / Ser boliviano es resistir. Son resistentes al cambio y son resistentes sus cosas. Como los seres.

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A13 / Tan fantástico como un dragón es un quirquincho de oro macizo.

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A14 / Hace generaciones que algunos venimos enamorándonos del asunto comunitario andino, que no es ni privado ni público, según dicta nuestra estrechísima taxonomía. Allí en el restaurante no habrá mesas individuales, sólo largas mesas en que la gente come junta la comida que le hacen las cocineras que cocinan a la vista.



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A15 / Los ritos sirven para la conexión de realidades separadas en la rutina. Para que esto sea posible, los ritos arman un momento de excepcionalidad, una coyuntura singular, fuera del y opuesta al cotidiano. Ese estado es el que hace rica la raspadura de hielo con granadina. Toda la comida tiene que ser como no es todos los días. Debe ser abundante, debe tener un exceso de sabor.


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A16 / Nadie se pierde de comer en los comedores armados sobre la calle, la vereda, el pasto. Comí una comida tan suculenta (cantidades enormes de cerdo frito, con papas fritas, anticucho, ensalada y otras cosas que le pusieron encima y no sabía qué era) que después andaba caminando con cierta desesperación, como necesitando huir de mí.



A17 / Golosina muy querida: las aguas de frutas, coloreadas con estridencia.

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A18 / Los colores, la fantasía, no importa en qué forma, sirven a la celebración.
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A19 / Hace no muchos años declararon a la Virgen de Urkupiña prenda de integración boliviana. Al estilo andino clásico se agregan otros, entre ellos cierta moda que parece for export. Una comparsa tiene, en lugar de los vientos al final, la música adelante, y no tocada por hombres, sino emitida por un aparato eléctrico. Suenan estrepitosas melodías pop a la vez alegres y románticas. No pareciera, sin embargo, igual que en el caso de los jóvenes, que esta incorporación atente contra la celebración.

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A20 / Los hombres, muy hombres, hacen músicas con enormes cascabeles cosidos a sus botas. Hacen un baile casi guerrero, impresionante, que corta el aire y deja al público semihipnotizado. La danza queda por demás de bien en el adoquinado porteño.


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A21 / Las chicas, muy hembras, con trajes radiantes e impecables. Quizás estrenen cada año.

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A22 / Ser rotundo también es entregarse entero a algo. Posiblemente no haya persona más seria que un boliviano concentrado en lo que se ha puesto a hacer. Por ejemplo, ver pasar la comparsa. Con ese poder de observación, cuando le toque su turno, no necesitará muchas clases teóricas para hacer las cosas a la perfección.

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A23 / Hacer los pasos con sincronización perfecta es sumamente importante, pero los chicos están primero.

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A24 / No sé dónde venden estas telas magníficas. Por alguna razón no las venden en la feria que se arma para esta celebración.

Las matracas tienen la forma del templo de San Ildefonso, donde se hace la celebración en Quillacollo.

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A25 / Siempre que se ven los trajes del carnaval o estas celebraciones, uno se pregunta por la cantidad de gente que trabaja haciendo cada detalle. Todo ese tiempo también es tiempo comunitario y de conexión entre diferentes realidades.



A26 / Un amigo trabaja en una escuela cercana a la villa del Bajo Flores. Escucha cómo hay profesores que se quejan de que sus alumnos bolivianos hablan mal el español. Me ha dicho: “increíble que siendo profesores sean personas tan ignorantes. Esos chicos no sólo hablan el español mejor que ellos, sino que además son bilingües, hablando además una lengua complejísima como el quechua. Los hay, incluso, que comprenden también el aymara”.

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 A27 / En algún amontonamiento alguien me dijo “cuidado con la cámara de fotos”. Sentí que tenía razón, que no tendría defensas si me la manoteaban. Hace un par de años, una amiga que llevé a la fiesta sintió aprehensión y se fue, y este año mi amiga Liz recibió una agresión sumamente incómoda. Ella sostuvo firmemente que podría haberle pasado en cualquier lugar, aunque también dudó si no estaría relacionado con el hermetismo que sintió: “no quieren argentinos”. Yo también sentí esa hosquedad, pero en todo caso no era mayor que el trato amable. Sólo no había esa expansividad seductora, casi siempre un poco hipócrita o al menos mentirosa, que le resulta familiar a otras Buenos Aires. A Liz no le sucedió aquella transformación vergonzante de quien va porque es chic visitar lo pintoresco y luego se horroriza porque está rodeada de negros. Liz está cerca de otra amiga, que en la explicación de por qué no quería ir desplegaba una exhibición de prejuicios patética, pero más tarde en el lugar andaba como una más, incluso se puso a ayudar en una “cocina”.



A28 / Descubrí a la gente de una comparsa, cuando ya todo estaba terminando, en su retirada, que iban bailando, seguían bailando ya sin obligación, sólo porque sí, luego de haber bailado sin parar desde la mañana. Las chicas, eso si, llevaban los zapatos con plataforma y tacos, en la mano.



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Wikipedia postula esta bibliografía:

• Giorgis, Martha, La virgen prestamista: la fiesta de la Virgen de Urkupiña en el boliviano Gran Córdoba, Buenos Aires 2004.

• González, Walter y García, Mérida Wilson, Historia del milagro. Antología de Urqupiña, Cochabamba 2001.

• Glatre, Gwénaël, Orqopiña, Fête et Archéologie de l'Imaginaire en Bolivie, Tesina de Posgrado en Historia, Universidad Rennes II Haute-Bretagne, Rennes, Francia, 2007.

• Pereddo, Rafael, El milagro de Urkupiña, Cochabamba 1979.

• Taboadda Terán Néstor, ed., Urqupiña por siempre, Cochabamba 1999.

• Villarroel T. Arturo, Urqupiña: Folklore y cultura, Cochabamba 1985.