martes, 10 de agosto de 2010

La marca en el libro

Natacha me dio un libro que escrito su mamá. Apenas empecé a leerlo sentí con su mamá un entendimiento mucho mayor, instantáneo y fértil que el que jamás llegaría a tener con Natacha.
Cumplimos con Natacha rápidamente el destino de separarnos, pasaron 20, tal vez más años, y en una librería de Buenos Aires, junto a mi libro encuentro otro de la mamá de Natacha, Susana Balán. Lo hojeo, un poco con ese temblor típico que me sobreviene cuando encuentro en el mundo secular algo que vive en un rincón de alguno de mis templos interiores; veo que sigue hablando del amor y las parejas desde el punto de vista de las mujeres, y por ahí leo “mis hijas” y sospecho que Susana adoptó la onda de inyectar biografía en sus libros, y mientras me pregunto su esto es una costumbre original de los norteamericanos, o si en realidad los chicos de Gertrude Stein comenzaron a introducirlo luego de leer a los rusos, en medio de ese divague leo el nombre Natacha. No puedo creer que esta señora haya cometido el exabrupto de nombrarme —sé que no —la conozco. Pero mientras corren por mi cabeza todo lo que Susana podría decir de aquellos días y lo poco que me gustaría que algunas personas conocieran esos detalles, y que además se han hecho tan imparablemente públicos, empiezo a volar por las páginas. Hasta que no me atrevo a seguir más, me digo que lo seguiré leyendo en casa y compro el libro.
Efectivamente, Susana se despachó libremente sobre Natacha, pero mi nombre no está. Bien. Leo, con más tranquilidad, qué dice de Natacha, y a medida que avanzo encuentro que no encuentro indicio no sólo de mí, sino de lo que tuvimos Natacha y yo. Sigo, a ver dónde hay algo. Sigo, a ver si hay algo. Nada. Ni una anécdota, ni un detalle, ni un guiño oculto en que yo pueda reconocer mi existencia. Una decepción.
De todos modos, ¿qué tuvimos? Nada, ciertamente. Y de todos modos, ¿algo de lo que tuvimos afectaría realmente mi imagen pública? ¿Puedo decir que tengo imagen pública? Nada qué ocultar y nadie a quién ocultarle. Al arribar a este punto recuerdo que de esto se trataba el asunto con Susana, en definitiva: yo no tenía con qué dejar una marca en Natacha.

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