sábado, 24 de julio de 2010

Cuántas cosas pasaban entonces

BORGES: «Estuve pensando que tal vez haya una ventaja en esto de Frondizi, de Barletta, de Martínez Estrada y Sábato. Si fuera por nosotros, sólo se seguiría hablando de los robos del peronismo. Estos traen nuevas cosas y es como si la vida siguiera, como si ocurrieran nuevos episodios en la realidad, que dejan más lejos en el pasado a la época del peronismo. Además, hay que ver cuántas cosas pasaban entonces: muerte e Evita, incendio del Jockey Club y de los Comités, incendio de las Iglesias. Ahora tiene que seguir pasando algo, para que no parezca que la vida se ha detenido».

1956. Lunes, 8 de octubre.

Del diario Borges, de A. Bioy Casares

Antosha Chejonté



Hubo aquel escritor que escribió en Moscú en la segunda mitad del siglo XIX, médico también, que dejó un relato sobre unos ciegos que salían juntos del teatro, a una calle una noche en la que el frío y el silencio tenían hambre de humanos. Se encontraron solos allí y repentinamente se sintieron amenazados. Se amontonaron sin saber qué esperar.
No sé cuánto le llevó al escritor poner la historia en palabras sobre el papel. El relato es brevísimo: por muy laboriosa que fuera la filigrana de su escritura, no puede haberle llevado, digamos dos meses de jornadas de un minero, una obrera textil o un campesino. Lo que le llevó mucho más tiempo, años de un minero, una obrera textil o un campesino, fue ver, entender y sentir las cosas del mundo hasta tener algo de sí lo suficientemente amasado para capturar la escena y poder expresarla.

viernes, 23 de julio de 2010

Máscaras




Puede observarse cuántas y cuáles caras hace una persona. Qué máscaras forma con sus ojos, su rostro y su cuerpo.


Tal vez la persona se siente linda, o lindo haciendo tal máscara, y por eso la usa mucho.


Posiblemente use tal o cual máscara: la hace porque se siente bien con esa máscara puesta o porque sabe que conseguirá tal o cual efecto.


Pero tal vez no sea conciente de la máscara que lleva en un momento determinado, y entonces ¿quién hace la máscara que tiene? ¿La Naturaleza? ¿El Superyó? ¿Una fuerza de otro mundo? ¿El alma?


Tal vez la persona ponga cara de impasible, como mi amigo el Chapa, o como sabe poner Julio Chávez, o como naturalmente le sale a los orientales. Quizás la máscara cara de póker sea una estretagia histriónica, porque partiendo de ella, cualquier cara es muy expresiva. Es lo que me explicaba Armando sobre el cine, “en la pantalla del cine tus ojos tienen dos metros de alto; en un plano detalle, si los abrís apenas demás, volteás a los espectadores. Y quedás ridículo”.

Es el ridículo de los actores expresionistas, y mucho más el de las personas que hacen esas caras en situaciones que no buscan la comicidad.


Obsérvese a alguien, al profesor de matemática, ala vendedora de cosméticos, al policía parado junto a la puerta del banco, a la doctora, a la chica que barre la vereda. Obsérveselos cuando no están apercibidos de que se los mira y cuando saben. Nótese las diferencias en sus máscaras entre una y otra situación.


Puede resultar entretenido buscar el origen de la colección privada de máscaras que cada persona tiene. Una etimología de las máscaras enfocada en el ámbito familiar. Una heurística de las máscaras que comprenda como fuentes los generadores de máscaras en las pantallas: actores, políticos, conductores, periodistas y otros. Alain Rensais hizo este juego en Mi tío de América.


Entre aquellas máscaras que se hacen para ser miradas, puede escrutarse para quién fueron diseñadas y puestas.

Más exigente aún y acaso más delicioso, será llegar a intuir quién mira una máscara que no se hace concientemente.


En fin, estos son desvaríos que se me ocurren mientras viajo en colectivo hacia el laburo, si de verdad interesa el tema habrá que recurrir a dramaturgos, psicoanalistas, filósofos y antropólogos. Yo empezaría por Alcances sobre la Teoría de la Mascara, de Carl G. Jung, me serviría La ruta de las máscaras, de Claude Lévi-Strauss, y tal vez Victor Turner, quien escribió en La selva de los símbolos: “Decorar, cubrir, descubrir, o alterar la forma humana de otra manera está acorde con las nociones sociales de lo correcto en términos cotidianos o sagrados, belleza o solemnidad, estatus o cambios en estatus – o hasta una ocasión de la violación e inversión de estas nociones—parece haber sido una preocupación para todas las sociedades humanas conocidas….la superficie del cuerpo parece ser siempre tratada no solamente como la frontera del individuo como entidad psicológica y biológica, sino la frontera del ser social también”.

jueves, 22 de julio de 2010

Ruedan las frutas en el Paraíso

Cada jueves en el Hogar Kaupé hacemos un Taller de Cuentos con las mujeres que se alojan allí. La semana pasada dimos como tema "Ruedan unas frutas hermosas como serpientes".



El siguiente es el relato que escribió Chabela:



En el Paraíso que Dios creó estaban Adán y Eva y las manzanas hermosas que rodaban en el suelo. Eran tantas que cubrían el pasto del Paraíso y en los árboles las manzanas que no eran comidas se ponían feas.
Adán y Eva desobedecieron a Dios por comer la manzana de un árbol. En el árbol estaba la serpiente, pero en el suelo las manzanas rodaban siempre, tan hermosas como los manzanos, hermosos porque los creó Dios. Y también rodaban las ciruelas, las nueces y muchas otras frutas, y también las serpientes verdes, que no se ven pero son hermosas, tan verdes y brillantes en la oscuridad.
Y el mundo también rueda, y el Ser Humano y las gentes, y la Naturaleza rueda cuando hay fuertes vientos y tormentas.
Así nosotros, cuando Dios lo quiera, rodaremos de felicidad, algunos con fe, entre muchas hermosas frutas.

lunes, 12 de julio de 2010

El egoísmo de Munch


Mi arte es un intento de clarificar mi propia noción de la vida (…) En el fondo es una especie de egoísmo, pero no debo ceder en mi esperanza de que con su colaboración podré ayudar a otros a lograr su propia claridad”


Edvard Munch

Selene

Selene tiene la expresión de los perros dragones de la fantasía decorativa china, con los redondos ojos saltones y ciegos, apuntando siempre al mismo lugar, adelante y abajo, y la carne de la cara fofa, amontonada en un extraño gesto que podría ser de sufrimiento, pero no lo es.
No está bien que yo la describa. Se me hace inmoral y agraviante que permita el brote de la morbosidad. Siento que hay cosas que no deben ser escritas. ¿Pero no debería el testigo de un fenómeno contárselo al resto del mundo? ¿No está mal guardarse y no compartir la visión de la transformación de lo humano más allá de lo imaginable en algo milagrosamente perfecto, como la estatua de David de Miguel Ángel, insoportablemente sufriente, como el Cristo crucificado, atrozmente imposible, como un niño chino con cuatro piernas y ningún brazo, o inconcebiblemente luminoso, como un líder que enardece las multitudes? ¿Debería reprimirse la necesidad, que puede ser ardiente, de describir la transformación insondable, horripilante y perversa que causa en las personas, sus cuerpos, sus pensamientos, la locura?
Aunque sentía culpa, no podía dejar de observar en la clínica a Selene. Selene, que no respondía, que con sus ojos de piedra y su cara de carne de hígado hacía gestos que se parecían a una sonrisa, o a una súbita abstracción, cuando yo le hablaba.

Por mucho que siguiera escribiendo, yo no habría podido salir de este juego, yendo de la certeza moral que me manda callar a la certeza ética que me manda testimoniar. Podría quedarme encerrado para siempre en esa disquisición, pero entonces, asombrosamente, es Selene quien me saca de allí.

He averiguado que tiene un hijo y que el cordón que la une a la realidad es el amor por él. Un amor lacerado, frustrado por la enfermedad de Selene. Es una mujer grande; debe haber pasado años y años amando a su hijo confinada a este lugar, y esa ha sido su única manera de permanecer en el mundo.

Le pido a Selene que escriba un cuento y automáticamente acepta. Tarda mucho, pero al fin me alcanza un papel escrito con una letra desfigurada.

Este es el cuento:
“Sofi estaba muy enamorada. De noche dibujó un corazón en la plaza, cuando la plaza estaba iluminada y había mucha gente pintando con brillantes colores. Sofi pintó en el piso, en el medio de la plaza, un corazón para mi hijo, porque lo quería mucho.
Empezó a llover, pero la lluvia no borró el corazón. Sofi lo había dibujado con su lápiz labial.
A la mañana la plaza se llenó de palomas que volaban o que comían maíz de la mano de la gente, y era hermoso ver el corazón allí en el medio.
Sofi volvió a su casa, donde la esperaban Sergio y el bebé de los dos. Sergio lo acunaba para que no llorara. Sofi abrazó a los dos y quedaron muy felices.”


Observo a Selene después de leer el cuento. Tiene la expresión de los perros dragones de la fantasía decorativa china, con los redondos ojos saltones y ciegos, apuntando siempre al mismo lugar, adelante y abajo.

martes, 6 de julio de 2010

Por qué no


(…) Cuento que los bolivianos (según la fama) responden los vivas o mueras con el grito de “¿Por qué no?”. Borges se ríe mucho y propone otras fórmulas para muchedumbres: “Tal vez” o “Hipótesis atendible”.

1956. Sábado, 18 de agosto.


(Del diario Borges, de A. Bioy Casares)

lunes, 5 de julio de 2010

Oficio

Casualmente encuentro en una edición de El viejo y el mar un prólogo de Juan Villoro. No sabía que era de Villoro, me metí a leerlo sin averiguar primero quién lo había escrito. A poco andar entendí que era de un escritor de los que se dan pocos, entonces sí fui a buscar la firma y me dio gran alegría descubrir su nombre. Cita el ensayo de Italo Calvino Hemingway y nosotros: “El héroe de Hemingway quiere identificarse con las acciones que realiza, estar él mismo en la suma de sus gestos, en la adhesión a una técnica manual o de algún modo práctica, trata de no tener otro problema, otro compromiso que el de saber hacer algo bien”. Villoro agrega: “Entendemos un destino a través de un oficio desarrollado hasta sus últimas consecuencias”.
Creo que los tres están juntos en el mismo Cielo.