martes, 15 de junio de 2010

Unas manos chicas

Está ese asunto con mi papá, que es Chino.

Yo tengo manos chicas. A veces tengo pena de mí por estas manos —lo mismo que me causan pena otros rasgos chinos que heredé de mi papá. Mi apellido, sin ir más lejos: Ng. No hay modo que pueda zafar de explicar “qué es eso”. Adonde voy recibo inmediatamente el apodo “Chino”, lo que, naturalmente, me hace sentir el anonimato inapelable de quien no es más que una entre 1.200 millones de personas llamadas “Chino”. Y soy petisito, y mis piernas son cortas y mi cabeza muy grande.
No me sale la barba. Me encantaría tener una gran barba, como la de Tolstoi o la de Hemingway, pero son tan lampiño como un bebé. Tanto como lo es cada chino.
Y, como mencioné, tengo las manos chicas.

Mi papá dejó de verme cuando yo andaba por los 20; cuando tuve 38 se me ocurrió que debíamos hacer algo con nuestra relación, así que viajé al país donde él estaba para tener una conversación. No lo noté muy entusiasmado al verme, pero yo hacía poco había tenido mi primer hijo y andaba con el tema de la paternidad a flor de piel. Necesitaba arreglar la relación con mi padre.

Hablamos. Hablamos mucho. Pero en un momento en que él estaba diciéndome algo decisivo, me descubrí distraído observándole las manos para descubrir que eran grandes. Realmente grandes.
Me quedé perplejo ante el tamaño de sus manos. Grandes dedos, grandes uñas, gran tamaño.
Yo le hubiera contado de mi hallazgo, pero era una pavada y él estaba diciéndome algo tan importante que no osé interrumpirlo.

Yo no sabía qué hacer.

Y todavía no sé qué hacer, así que le voy a contar a Mary-Sue.

No hay comentarios:

Publicar un comentario